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lunes, 19 de marzo de 2012

AL GASÓMETRO DE MIS RECUERDOS


AUTOR: Ricardo Lopa
Ella y una silla vacía. Espera, ansiedad, eternos segundos que se van. Espera. La mesa de enfrente es mi lugar, la veo preocupada. Revuelve el café sin cesar, como queriendo los nervios calmar. Mira por la ventana llueve, ansiedad. Sin prisa consume, como no queriendo terminar. Los segundos son minutos.
El boliche es el de la Esquina Sur de San Juan y Boedo. Manolo, el mozo del lugar, arrima el cortado habitual, junto al diario matinal.
Es un 2 de diciembre, la fecha no dice nada, al igual que la dama que continúa preocupada. La tormenta empieza a apaciguar, Él acaba de llegar.
El sonido del diario me penetra por la vista y retumba en los oídos voces de multitudes, que me dicen en el copete “El 2 de diciembre de 1979 en el Viejo Gasómetro se disputó el último partido oficial”. Doy vuelta la página, policiales, políticas, sociales, noticias rutinarias, pero en mi zabiola repiquetea “El Gasómetro, che flaco no olvides que fue parte de tu vida” Retrocedo, veo en foto y en mente esos tablones de madera que transité pibe y adolescente, tomo conciencia que son muchos los años al igual que mis recuerdos que comienzan a tayar:
“Sábado, audición, preocupación extra-escolar mañana jugábamos en el Gasómetro, parada difícil, como quien dice.
Setiembre ventoso, noche nublada ¿lloverá? Quería ir a jugármela, porque también me creía parte del asunto. Sabe, cuando se es niño uno se la cree.
El viernes por la noche, Cacho (Dinome), el inolvidable, anunciaba la formación del equipo, previa verba florida de Julián (Centeya).
En las finales del morfi dominguero timbre, es Coco el vecino apurándonos para ir a la cancha. En realidad yo estaba presto desde el viernes pos Cacho, vea como concentrado a la par de los jugadores, abrigadito para no resfriarme, no ir a la casa de ningún amiguito cuestión de no trasnochar, pero el viejo Antonio estaba en otra, era medio lenteja, será que le llegaba menos o ya no se la creía, me inclino por lo último “nene no te hagas malasangre, no ves que el fútbol es un negocio que lucran unos pocos con el sentimiento de muchos”. No obstante persistía.
Por fin saldamos la morosidad partimos, mano apretada del papi, como queriéndome decir, vamos compartamos la fiesta. Como cada quince días, ah me imagino que sabe que el domingo además del día del Señor era el del Fútbol. Castro, Pavón, Mármol, Garay, Muñiz y ahí estaba con entrada y gimnasio nuevo a partir del ’50, año del Libertador General San Martín.
Socios, inclusive Ricardito. Para asegurarme me colocó en la platea baja oficial de los pibes. Se ve que el viejo no manyaba los códigos futboleros En realidad comenzó a frecuentar el Gasómetro, cuando casorio de por medio, ancló orgullosamente en Boedo, barrio proletario-culto, y cuando el bepi le dio la excusa de mandarse. Pero al pobre papi le habían ganado de mano, copado la parada, el nene ya profesaba otros colores, pero nobleza obliga, se la bancó intentando una leve contraofensiva, yo también aguanté, no me costó mucho.
Penal, la zurda del Payo (Pelegrina) tres dedos, gol, grito con el alma. Cuando deposito los pies en la tierra, tres o cuatro pebetes de mi edad, me insultan e intentan algo más. Nunca fui guapo, pero como le dije, me la banqué y no pasó a mayores ¿y si hacemos otros qué hago, se controlarán, me controlaré?, lamentablemente no tuve ocasión de verificarlo.
En el entretiempo aparece don Antonio “¿nene estás cómodo ó querés venir conmigo a la tribuna? Ocasión para rajar dignamente “mejor voy con vos”. Por supuesto, perdimos 3 a 1.
Fue mi primera experiencia futbolera clásica. En mi se daban sentimientos encontrados, me gustaba frecuentar diariamente el Gasómetro y sus instalaciones adyacentes, quizás me había encariñado sin darme cuenta y por eso estoy escribiendo estas líneas, pero quería ganarle a su dueño a toda costa cuando jugaba contra mi equipo, cosas de la vida.
El Gasómetro no era solo fútbol, como le dije. Cumplimentando mis obligaciones primarias en el Intendente Alvear y la leche de la tarde; mirada cómplice con papi; “vamos nene”
Muñiz mirando al sur, Inclán entrada pituca, dos planchones uno a la derecha y otro a la izquierda. La cancha de bochas donde los viejos se sacaban chispas, era la antesala al gimnasio de básquet donde el General San Martín, previa ayuda del Sargento Cabral, acompañado de Parizzia y Vasino, hacían de las suyas. Viernes por la noche Básquet, ¡qué equipo!
Pasillo de los trofeos, largo e interminable. Bueno, en aquella época todo parecía inconmensurable e infinito como la vida. Después del último trofeo, aparecía la pileta olímpica, que hasta tribuna tenía. Me gustaba ver nadar, lástima que los jovatos no se jugaron, a fe de ser sincero, el quía tampoco, me contentaba con admirar a Ana María Schultz (Campeona Argentina, Sudamericana y Panamericana)
Previa recorrida por el Tiro, Bowling, Gimnasio y el gran profe de boxeo Luis Galtieri, anclaba, irremediablemente con un pan francés de cocido y queso sobrenatural, en las canchas de Pelota a Paleta. Ah, el viejo me lo daba de a trozos para que durara más. Nunca disfruté tanto los sándwiches, hechos al toque en la confitería de los billares ajoba de la platea oficial.
Saliendo de la confitería como quien va al oeste, me topaba con las canchitas de fútbol, medias improvisadas debajo de la tribuna de Av. La Plata, donde, en un día que me salían todas, el Toto me pidió la Cédula de Identidad para una prueba. Los viejos; ¡el documento!, negativo. Las vueltas de la vida.
A la derecha el salón de Ajedrez, sabe, el que te jedi se la rebuscaba. De acostumbrarme a ganar y para no perder dejé de jugar, de competitivo a cobarde el tramo no es muy extenso. ¡Qué error!
Nuevo playón, hockey en patines donde se me inflaba el chope orgulloso, pues siempre mandábamos nosotros, lástima que nadie le daba bolilla. Sabés me quedó grabado los nombres del arquero Peña, de Pepi, Álamo, que defendían colores distintos al del local.
Continuando, ya en el límite con la Avenida, extasiado observaba algo que diariamente me llamaba la atención y aun hoy no deja de sorprenderme: una cancha de Básquet, pero de polvo de ladrillo. ‘Nene ese es Capeci’, después comprendí quien era: precursor de campeones,
Ya en mi adolescencia, me mandé solo; intenté el Tenis del querido Manquito, Inclán al este. El jugar, era tan solo una excusa para morfar y tomar sol. Con el afable Pertusso hice que practicaba Básquet. Por un tiempo mantuve la duda, si era apellido o mote. Bueno, la investigación dio su fruto, Luis de nombre y Pertusso de apellido.
Culminé mi campaña deportiva en el Gasómetro allá por el ’66. Con los muchachos del barrio participamos en un campeonato de Papi Fútbol, deportivamente nuestra actuación fue desastrosa, pero ganamos en otro aspecto. Fuimos lo protomalvineros, nuestro equipo se llamaba “Malvinas Argentinas” y en el corazón ostentábamos con orgullo su dibujo con los colores nacionales. Tuve el honor de proponer el nombre, fue café de por medio en el Canadian (ex Nippón) de San Juan y Boedo, deseo compartido con mis futboleros amigos.
Con el paso de los años fui cobrando vuelo, acompañaba al Viejo un tiempo en el Gasómetro; en el entretiempo, si mi equipo jugaba en Capital, me mandaba a verlo. Una tarde, bondi línea 4 de por medio, Liniers, cabrón “che abran la puerta, porque ganamos uno a cero se hacen los estrechos” La vuelta fue penosa, la puerta la abrieron para ver dos goles del rival. Le dije que siempre me la banqué y continúo.
Quiero agradecerle al mítico Gasómetro, circunstancias que la vida me ha hecho valorar ya de grande, no la milonga de carnaval, que no difería de cualquier otra, sino las grandes orquestas típicas que puede ver trepado en la platea mayor: Pugliese, D’Arienzo, Di Sarli, Pontier, Varela, Mores y los respectivos cantores de jerarquía, vea amigo eso si que no se emparda.
Hay circunstancias que son insoslayables, sucedieron y punto, ahí están en el prontuario de la vida, quiéralo o no; viejo Gasómetro sos parte de la mía, y no me arrepiento fui feliz.
Vea no quiero pecar de demagogo, ni pretendo quedar bien con el presunto rival, a los sesenta y pico no tengo ambiciones, las flores no son para un muerto sino para algo que está vivo en mi corazón rojo con una hache dibujada.
Soy “Quemero” hasta el tuétano, amo al Globo más de lo que se imagina, le confieso: uno de los placeres más grandes de mi vida es cuando les ganamos a los cuervos, pero Viejo Gasómetro como te extraño”
Como verás Manolo una parte de mis sentimientos están desparramados bajo la piqueta de Av. La Plata, Muñiz, e Inclán. El Viejo Gasómetro es recuerdo muy mío y nada ni nadie me lo va a piantar.
Me incorporo, los de la mesa de enfrente chamuyan sin cesar. Esto no va andar, murmura Ella, mientras vacila al hablar. Él se resiste a aceptar, y saborea el feca despacito, como queriendo que el tiempo no transcurra más. Soy cómplice mudo, de una relación sin principio y con final.
Enfilo en busca de la salida, previo pago a Manolo al pasar. Ficho, la lluvia parece arreciar, levanto la solapa y a caminar por San Juan, chau Profe, me saluda un pibe al pasar.

Boedo, un 2 de diciembre.

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