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jueves, 12 de abril de 2012

LEÓNIDAS BARLETTA

        AUTOR : Horacio Di Giuseppe





                                       Leónidas Barletta
             (30 agosto 1902) - (15 marzo 1975)




Es imposible intentar una cronología de notables del arte y las letras argentinas, y de Boedo en particular, sin destacar la obra de Leónidas Barletta.
Escritor, poeta, periodista, político, director teatral y cinematográfico, nació en esta Capital, en una casona de Libertad y Arenales ( “casa pobre de barrio rico”
expresaría él” ), un 30 de agosto de 1902 y desde muy joven se identifica con el comunismo militante, que junto al anarquismo, integrarían el proletariado urbano de raíces inmigratorias, alimentando a la literatura social sustentada en un individualismo anárquico – valga la redundancia -  que, aunque resulte paradójico, ejercitaba a la vez una abstracción ideológica unida a un acentuado romanticismo, característica común a casi todos sus cultores y adherentes.

Junto a Elias Castelnuovo y Nicolás Olivari, se constituye en entusiasta impulsor de grupo Boedo y, sin utilizar la efusividad combativa del primero, hace una firme expresión de su actitud solidaria con los desposeídos, con una clara definición del  compromiso social que reitera a través de todos sus trabajos.

A comienzos de 1924, junto a Castelnuovo y Lorenzo Stanchina, edita la revista
“Dínamo” desde la que nuestro recordado de hoy, ataca violentamente una publicación de Lugones que se hallaba en las antípodas ideológicas y literarias de Barletta. De efímera vida, “Dínamo” da paso a “Extrema Izquierda” que publicaría dos números solamente y desde sus páginas, pasa a ser Alvaro Yunque el duramente criticado, a pesar de estar cerca de su ideario, aunque no tan cerca de su estilo, pero tan brillante como él en las letras.

Al dejar de publicarse “Extrema Izquierda”, Barletta, Castelnuovo, Mariani y todo un grupo de jóvenes escritores, se refugian en Boedo 837, donde Antonio Zamora y su Editorial Claridad, publicaba los exitosos cuadernillos “Los Pensadores” y desde allí hacen notar la influencia de un estilo que acentúa el brillo de la publicación.



Ya a mediados de 1924, el grupo Boedo cobra total cohesión, lo que se advierte en el logro de “Los Pensadores” que, con gran demanda de lectores, llega al número 100 en noviembre de dicho año, motivando sendas columnas alusivas de Barletta y Zamora, expresando su orgullosa satisfacción.
Poco tiempo después, se produce la deserción de Nicolas Olivari para pasarse al grupo Florida, lo que provoca la furia de nuestro recordado de hoy, quien junto a Castelnuovo, fustigan duramente al desertor negándole públicamente “toda calidad poética”. Y no era para menos.  Olivari, poco tiempo antes, se había declarado adversario decidido de la poesía de vanguardia “porque no la entendía” y luego de su cambio de frente literario (permítaseme la licencia), pasa a ejercitar un estilo vanguardista con influencias francesas (del poeta Jules Laforgue) y la de los hermanos González Tuñón en su temática porteña.
Como nota de color, diremos que para ese entonces, Antonio Zamora con el incentivo de Castelnuovo, hizo colocar un letrero en la puerta de le editorial que rezaba: “Boedo contra Florida”.                                                       

De las múltiples facetas de nuestro recordado, en el ámbito cultural y artístico (incluyendo el literario que citaremos luego), el teatro ocupó un lugar preponderante entre las formas de expresar su arte, a punto tal, que la Fundación Cultural Universitaria Nacional, instituyó su lauro mayor como Premio Leónidas Barletta.
Cabe mencionar ahora que, a comienzos de 1931, el Teatro del Pueblo, su creación de fines de 1930, recaló en un pequeño local del 465 de la aún Corrientes angosta. A pocos metros allí, existía una lechería, refugio de amigos, actores y poetas autodenominado “grupo claridad” (así, con minúscula),  que juntaban sus sueños y esperanzas bajo la inspiración de Henri Barbuse. Integraban las reuniones: el querido Barletta, Luis Ordaz, José Rodríguez Itoíz, Joaquín Pérez Fernández, Pascual Nacaratti, Juan Eresky, Hugo D´Evieri, Facio Hebécquer, Abraham Vigo, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo, entre otros grandes.



Esa lechería y la identidad de amigos e ideales comunes, facilitaban el contacto y el afecto con el Teatro del Pueblo y con su guía y creador que se instalaba en la puerta del mismo, agitando una enorme campana de bronce, mientras promocionaba a grandes voces las obras, provocando el interés, cuando no el susto de los transeúntes, que se alejaban rápidos y presurosos ante semejante estrépito desde la vereda donde el “mancebo compañero” – como lo llamaba Roberto Arlt -,  invitaba a asistir al espectáculo por veinte centavos, precio que si era cuestionado, motivaba a Barletta a tomar del brazo al caminante y, amistosamente, introducirlo gratuitamente al cuchitril con ilusiones de teatro.

El grupo mencionado,  tan  identificado con el Teatro del Pueblo, logra con más  esfuerzo y entusiasmo que medios, editar un periódico bautizado “fibra” – con minúscula - , en el que Luis Ordaz exalta la tarea del elenco en un artículo titulado “Arte y Voluntad”. En el segundo número, aparece una nota de Leónidas Barletta bajo el rótulo “El arte y nuestras ideas sociales”.
Paralelamente, en el pequeño tablado, se montaban obras del nivel de “Mientras dan las seis”, de los poetas Eduardo González Lanuza y Amado Villar; “Títeres de pies ligeros”, de Ezequiel Martínez Estrada; hasta “El humillado”, de Roberto Arlt ( teatralización de un capítulo de su novela “Los siete locos” ); “Temístocles en Salamina”, sátira política de Román Gómez Masía, todos autores argentinos.

No menos lucido y elevado fue el repertorio universal de todos los tiempos. Así fue que se escenificaron: “Aulularia” del latino Plauto; “Los bastidores del alma”,
del ruso Nicolás Evréinov, e “Intimidad” del francés Pellerin;  “El horroroso crimen de Peñaranda del Campo”, del español Pío Baroja y el “Emperador Jones”, del norteamericano Eugenio O´Neill. Lo enumerado, es sólo parte de lo que el entusiasmo, la vocación, la capacidad y la conducción de Barletta, realizó para difundir la cultura a través del teatro, ante el descreimiento de algunos críticos, Sandro Piantanida entre ellos, quien en 1925 negaba capacidad a nuestros actores y directores para la puesta en escena de autores clásicos por “ no existir en este medio – manifestaba – idoneidad actoral y de                                      dirección”. Barletta y su Teatro del Pueblo, colmó salas con lo mejor, desde Sófocles y Plauto hasta Shakespeare.

Mientras Barletta, Castelnuovo, Arlt y el grupo Boedo todo, luchaban por un teatro popular, los integrantes del grupo Florida, rebeldes en estética, se definían como una vanguardia literaria, negándole a Boedo condiciones que el tiempo y las obras desmentirían por sus exitosas realizaciones y el hecho de intercambiarse integrantes  que abrevaban en ambas fuentes de cultura enriqueciendo su intelecto.  Hubo una etapa, en la que llegó a negarse el conflicto entre los grupos. Pero esa es otra historia y no el objeto de esta semblanza. Sólo agregamos que, para nosotros – y sin asignarle graves contornos – el disenso existió y debidamente fundado.

Una de las luchas más arduas llevadas a cabo por nuestro escritor, fue su tenaz tarea por lograr la organización de teatros experimentales de avanzada en nuestro medio.

En 1927, comienzan a aparecer en Buenos Aires, los textos en los que se detallan las experiencias con el nuevo teatro. Así llegan desde Europa, con el rótulo de Teatro Libre, Teatro Independiente, Teatro Político, Teatro de Arte, las obras de Antoine, Lugné – Poé, Jacques Copeau desde Francia; Bragaglia desde Italia; Otto Braham desde Alemania; Stanislawsky desde Rusia. Todos, luchando en distintos planos por construir un nuevo teatro.
Promediando el año 1927,  Leónidas Barletta se reúne con el crítico teatral del diario “La Vanguardia” Octavio Palazzolo, y junto a Alvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Facio Hebécquer y Abraham Vigo, forman el grupo Teatro Libre.
Poco después, se va Palazzolo y el resto crea, en 1928, el Teatro Experimental Argentino  con Barletta como secretario y dicha sigla TEA, se aclara, define “el propósito de alumbrar una nueva etapa escénica de genuina rebeldía” y así lo expresa.

TEA, concreta la puesta en escena del drama antibélico “El nombre de Cristo”, de Elías Castelnuovo con escenografía de Abraham Vigo, promocionándose “Odio” de Barletta, con decorados de Facio Hebécquer que no llega a estrenarse por la disolución del grupo.

Van surgiendo, a instancias de nuestro autor, nuevos elencos.
En la biblioteca Anatole France, nace en 1929, “La Mosca Blanca”, con Hugo D´Evieri y Pascual Nacaratti. De este grupo se desprende “EL Tábano” (Laboratorio de Teatro) que convoca a Barletta y a Joaquín Pérez Fernández.
Por fin, al desaparecer “El Tábano”, nuestro director crea el Teatro del Pueblo, el 30 de noviembre de 1930, como “agrupación al servicio del arte” y toma como lema la frase de Goethe: “Avanzar sin prisa y sin pausa, como la estrella”. El pequeño escenario de Corrientes 465, lo ve al frente de la agrupación como poeta interpretando “Canciones agrias” (publicado en 1924) y como narrador, no exento de ternura, en “Vientos trágicos”, “Vidas perdidas”, “Los pobres”, obras en las que exhibe claramente su actitud ante el ser humano y                                          define su perfil literario, demostrando se condición de director experimentado y eximio maestro de orientación vocacional.



Jamás dejó nada librado a la improvisación. Aún cuando la revolución de 1930 quebró el curso institucional del país, Barletta expresó que continuaría su tarea
Para realizar “experiencias de teatro moderno para salvar el envilecido arte teatral y llevar a las masas el arte general, con el propósito de propender a la elevación cultural de nuestro pueblo. Ir al teatro en Buenos Aires, no es una fiesta del espíritu como cualquier ejercicio intelectual. Es, cuando mucho, una fiesta de bajos instintos”.
Se proponía neutralizar con obras de incuestionable calidad, la tónica comercial que copaba los teatros de esta Capital. Y planteaba tres principios básicos de su acción: independencia de los empresarios, de las estrellas y astros del momento y del monto de la taquilla. Ratificaba lo expuesto con una palabra que gustaba repetir para enfatizar toda tarea: Conducta.

A pesar de su predilección por el drama (escribió una decena de piezas del género), llegó a postergar su puesta en escena, para permitir que otros colegas hicieran lo propio porque “esperaban su turno” en el teatro que él dirigía.
Y no las proponía a otros elencos, para no herir la sensibilidad de sus actores.
Desde el Teatro del Pueblo, fueron naciendo nuevos grupos como “La Máscara”, bajo la conducción de Ricardo Passano ; el “Juan B. Justo”, dirigido por Enrique Atilda y tantos otros que trascendieron el país llevando la simiente a Chile, Uruguay, Paraguay, Perú y Bolivia.

Las obras más elevadas de la dramática universal, desde los griegos a los contemporáneos, llegaron al escenario bajo la dirección de Barletta que, además, invitaba a actores, poetas y narradores nacionales a convertirse en autores, lo que se cumplió en el caso de Luis Cané, Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari y en particular con Roberto Arlt, por quien nuestro director sentía un gran  y manifiesto afecto, sentimiento recíproco que Arlt, con su talento y sus obras marcó como una revolución renovadora en la escena nacional.

Buenos Aires fue testigo de las representaciones al aire libre al impulso del Teatro del Pueblo, estrenándose en una isla de los lagos de Palermo, “Myrta” poema teatralizado de Juan Pedro Calou y en un pequeño escenario barrial, “La isla desierta” de Roberto Arlt.

Del pequeño teatrillo de Corrientes 465, con telón de arpillera y ciento veinte precarios bancos de madera, pasa a Carlos Pellegrini 340, sede del llamado “Teatro Polémico”, luego a Corrientes 1741, denominado “Corral de la Pacheca”, donde en un enorme patio se escenificó “Juan Moreira”, de Gutiérrez
y por fin, a la sala de Corrientes 1530, que en 1937 se llamó Teatro del Pueblo y anteriormente Corrientes y Nuevo respectivamente, con capacidad para 1550 espectadores.
                                                         
                                                     Por allí pasaron los más notables espectáculos teatrales. Conciertos, conferencias, elencos de danzas y exposiciones de arte, con el mayor éxito de público que agotaba las localidades permanentemente.
En una de las dependencias del teatro, se editaban obras de autores nacionales y la revista “Conducta”, obviamente, bajo la tutela de Leónidas Barletta.

Producida la revolución de 1943, el Municipio de la Capital ordena el desalojo del Maestro y su elenco, cambiando el nombre del teatro por el de Teatro Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, para luego proceder a su demolición, construyéndose en un predio mucho mayor, el Teatro General San Martín tal como hoy lo conocemos.

Es de destacar, la defensa que Barletta y su gente hicieron de su teatro, parapetándose en su interior, hasta que policías y bomberos forzaron el vergonzante desalojo. Una larga fila de camiones municipales cargó los trajes, muebles, focos, cuadros y libros, como si se tratara de desperdicios. Pero nuestro querido director, no era hombre de entregarse fácilmente y con su elenco, se ubicó en el subsuelo del edificio de Diagonal Norte 943, donde un pequeño cartel rezaba: Teatro del Pueblo. Luego de la partida definitiva del Maestro, pasaría a llamarse, y no podría haber sido de otro modo, Teatro de la Campana.

Antes de finalizar esta semblanza, es imprescindible destacar al menos, una parte de la extensa y muy valiosa producción  con que Leónidas Barletta enriqueció, las letras y el teatro, a lo largo de su brillante y prolífica trayectoria que superó largamente el medio siglo.
Así es que lo citamos dirigiendo las revistas  “Dínamo”, “Propósitos” y “Conducta”.
Publicó además, las siguientes obras:

  1: Cuentos realistas (Cuentos – 1923)
  2: Canciones agrias (Poemas – 1923)
  3: Vientos trágicos (Novela – 1924)
  4: María Fernanda (Novela – 1924)
  5: Los Pobres (Cuentos – 1925). Volumen de la colección Los Nuevos que          
      publicó la editorial Claridad entre 1924 y 1928 – 10 tomos -.
  6: Vidas perdidas (Novela – 1926)
  7: Royal Circo (Novela – 1927)
  8: El amor en la vida y en la obra de Juan Pedro Calou (Ensayo – 1928)
  9: Odio (Obra de teatro dramática – 1931)
10: La ciudad de un hombre (1943 – Novela)
11: El barco en la botella (Novela – 1945)
12: La edad de trapo (farsa satírica – 1956)
13: De espaldas a la luna (Novela – 1964)

Obras testimoniales y didácticas:
 
                                                 
1: Viejo y nuevo teatro (1956)
2: Manual del actor (1961)
3: Manual del director (1969)

Parecería que el idioma se hace pequeño, cuando de definir a un prócer se trata. Quizá por eso fue necesario y justo que Leónidas Barletta tuviera los muchos biógrafos que exaltaron al amigo, al político, al periodista, al escritor, poeta y dramaturgo. Pero todos, sin excepción, pusieron énfasis en el hombre.
Ese hombre con “cara de luna llena y su gesto de bonanza, duro, generoso, violento y reflexivo”, como lo citara Luis Ordaz. Ese hombre que por más de cincuenta años puso su vida al servicio del arte, regido por la palabra que solía repetir y que significaba  todo para él: conducta. Ese hombre “fundador mitológico del teatro independiente argentino”, tal la definición de Onofre Lovero, otro luchador y baluarte de nuestra escena. Ese hombre que a su vida ejemplar, agrega una formación intelectual y humana ligada totalmente a esa raíz barrial que nos colma de emocionado orgullo.
Estamos seguros, estará oyendo desde un tablado celeste, al son de su enorme campana de bronce, las palabras con que le expresamos al Maestro el recuerdo agradecido y la permanente admiración por su obra que nació, creció y se proyectó al país y al mundo, partiendo desde este, su y nuestro querido Boedo, que hoy y aquí lo reverencia.


                                      

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