Autores:
Ana María di Cesare
Cora Silvia Stábile
Graciela Di Pasquale
Margarita H. Paroli
Luis María Campos
Diana Blasco
Mario Borrajo
Ana María Bercebal
Susana Seoane
Rosa Diakow
María Luisa Cousiño
María Teresa Fredes
Taller de Historia Oral “Buenos Aires y vida Cotidiana”- Año 2011
¿Pará qué quería don Anacarsis, esas
Es probable que nunca lo sepamos, en eso recae nuestra castración como historiadores, los documentos juegan con nosotros, nos abren el interrogante y también nos lo cierran.
Sí podemos descartar, que la compra fuera el pago a una deuda de gratitud hacia la antigua poseedora. De muy diferentes extracciones sociales e ideológicas provenían don Anacarsis y doña Rosa Padín. Los Padín, como tantos otros quinteros del rincón Sudeste de San José de Flores, habían adherido a la causa rosista con pasión, con sangre propia y ajena. Él, en cambio, aunque había comenzado a prosperar en tiempos de Juan Manuel, militaba en el extremo opuesto.
Tampoco es que por vivir en Monserrat, necesitara respirar el aire fresco de las quintas del Oeste. Por mucho que se perfumara la brisa y las frutas brotaran tentadoras como en el Jardín del Edén, por más que la alfalfa en flor volviera en lila los campos, ni Don Anacarsis, ni su esposa doña Dolores, necesitaban dirigirse a San José de Flores, para satisfacerse con tan naturales dones. Ya disponían de suficientes hectáreas en Villa General Paz -como la llamaban- en Barracas al Sur, donde don Anacarsis podía dedicarse a su pasión por los caballos de carreras, rodear su hermoso chalet suizo con haras donde cuidar de los pura sangre, que importaba fascinado. Es cierto que disponía de una cuantiosa fortuna que bien le permitía darse gustos y comprar lo que le dictara su capricho. Pasaba por buenos años, la guerra con el Paraguay parecía ir anunciando un final. Algunos vociferaban que se la había prolongado más de lo necesario y, aunque esas voces lo ensuciaban y salpicaban a Mitre, tenía la conciencia tranquila, ya le había retribuido la admiración y los favores, con la casa de la calle San Martín 336, que él junto a Ambrosio Lezica y Cándido Galván, como principales capitalistas, habían escriturado a su nombre.
Hipólito Anacarsis Lanús era rico, inmensamente rico, cuando en aquella mañana de enero del 1870 compró a Rosa Padín viuda de Acosta, la chacra que hundía su vértice Sudeste en el actual barrio de Boedo.
Llevaba tantos años como porteño, que quizá rara vez recordara que había nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, un catorce de noviembre de 1820. Era uno de los muchos hijos del bearnés Jean Lanusse Cazenave y de la porteña Teresa Jacinta Calixta Fernández de Castro. Anacarsis, al igual que otros de sus hermanos, con los que en tiempos formara un consorcio, se dedicó al comercio. Tenía dotes y le fue muy bien. Se dice que fue uno de los más ricos de Buenos Aires, su casa comercial giró millones de pesos. No hubo empresa de envergadura en la que su nombre no estuviera asociado y, también fue cabeza de lanza para actividades hasta ese momento impensadas. Si bien su fortuna se cimentó sobre sus actividades agropecuarias, él supo racionalizar su capital en muy diferentes operaciones.
Al comenzar sus actividades en el comercio minorista, no imaginó hasta donde llegaría. Durante el gobierno de Rosas se dedicó a la importación, pero, su etapa de gran prosperidad comenzó con el Estado de Buenos Aires. Si bien, insistimos, supo asociarse a distintas empresas, fue en el abastecimiento de los ejércitos donde amasó pingües ganancias. Después de Caseros se unió a Mitre participando de
Hombre fiel a Mitre, don Bartolomé lo premió nombrándolo proveedor de los ejércitos aliados en
Cita Vicente Gesualdo, en la obra “Historia Argentina”, que él dirigiera: que los proveedores, abastecían a los ejércitos de las tres naciones que declararon la guerra, de víveres, tabaco, yerba, alcohol, ropas y también armas. Estas últimas eran sobrantes comprados a Europa. Hombres de la política y de la cultura, denunciaron el negociado por el cual se dilataba el término de la guerra, para continuar percibiendo ganancias, imputación a la que se sumaba Brasil. Para unos, Mitre simplemente había beneficiado a sus amigos, otros consideraban que su moral se había relajado al aceptar la donación de la casa de la calle San Martín en 1869, de la cual se dijo que había sido pagada por suscripción pública, pero de la cual comentaba Sarmiento en carta del 17 de marzo de
Tales fueron los excesos cometidos, que las voces indignadas se hicieron por fin oír, exigiendo se iniciara una investigación, la cual nunca se cumplió, porque un oportuno incendio terminó con los archivos, impidiendo la revisión de las cuentas.
Mientras esta crítica recorría al pueblo argentino, Lanús, junto a Lezica, Galván, Rufino de Elizalde y Mitre, constituían una Sociedad Anónima, que se hizo cargo de
Entre 1867 y 1871, en tiempos de
Si bien algunos autores consideran que en 1872, se produjo un quebranto fatal en su fortuna, consideramos que no debió ser de tal magnitud, ya que en 1873/74, lo encontramos adquiriendo con sus inseparables socios,
Tuvo un atisbo de recuperación en 1879, cuando con la campaña de conquista del desierto, volvió a desempeñarse como proveedor de los ejércitos. Aunque ya estaba enfermo, su fuerza para el trabajo y su tesón lo empujaban a diversificar y, en la lucha por rehacerse económicamente, logró en octubre de 1887 la sanción de
La muerte, aunque era esperada, se le anticipó un 14 de octubre de 1888, cuando el cáncer intestinal le ganó la partida. Dos años antes había fallecido su esposa Dolores Rojas por neumonía. Sus hijos abrieron el juicio sucesorio, en el que desde un comienzo descubrimos contradicciones. Expresan los 5 hijos por boca del mayor, Juan Lanús, que no ha quedado bien alguno que sobreviviera a su padre, salvo, los rendimientos, si se dan, de los últimos negocios en que anduvo ocupado y, que servirán para pagar las deudas, que esos mismos emprendimientos conllevarían, ya que para desarrollarlos debió pedir prestado. Que bien sabido era que Lanús, había perdido unos 15 años atrás todos sus bienes, por negocios desgraciados, y por un concurso al que se vio obligado a entrar. Sin embargo, acaecida la declaratoria de herederos, Ricardo Lanús, a Folio 51 de los autos sucesorios, declara que han olvidado, involuntariamente, declarar la propiedad de un terreno en Cevallos 1863 entre las calles Progreso y Armonía, donde funcionaba una fábrica de hielo. A Folio 60 y 61, del mismo expediente, en
Este señor, hoy casi completamente olvidado, fue vecino de Boedo, al menos una parte de su terreno, un polígono irregular que ubicamos aproximadamente entre las calles Pedro Goyena, Viel, Estrada, Avenida
Ahora bien, este trabajo aunque parece centrar su eje en la propiedad que Anacarsis Lanús supo tener en esta zona, lo que intenta es demostrar la importancia del trabajo erudito, ya que el documento que anuncia un hecho, permite desentrañar otros, para ir echando luz sobre áreas que permanecen en absoluta oscuridad o falsificadas por mitos y leyendas, que se repiten sin cuestionar su origen ni su verosimilitud.
Poco sabemos acerca de los pioneros que abrieron con sus pies, las huellas de lo que hoy son las calles que caminamos. Casi nada se ha investigado acerca de la forma en que se formaron las quintas que comenzaron a escribir la historia de Boedo; los modos en que los primeros chacareros adquirieron sus propiedades, si por donación, por enfiteusis o por reconocimiento de lo que ya se poseía de hecho y; si es así, como y porqué llegaron a estos rumbos. Poco se sabe sobre el origen de esos primeros vecinos, sus nacionalidades, ocupaciones primordiales, estatus, relaciones con el poder colonial, sus vinculaciones religiosas, su situación personal. Casi nada sobre el sistema con que se hacía producir la tierra, que mano de obra las sembró e hizo prosperar, con que tecnología, nada sobre los esclavos que regaron su sudor y sus lágrimas sobre el suelo boedense. Tampoco sabemos cual fue el destino de sus descendientes, como afrontaron el período de las guerras de la emancipación, como padecieron las luchas civiles, en que bandos se alinearon, qué vinculaciones tejieron con lazos celestes o punzó y cuales fueron las consecuencias soportadas antes y después de Caseros. Daría la impresión que ésta área nació con los teatros puestos, con sus vates anarquistas y sus legendarias minervas. Pero no es así, antes de convertirnos en un barrio amante de las artes, hubo una población rural a la que aún no se sacó del anonimato, que padeció valerosamente los males bíblicos: pestes, langosta y persecución. Personas que ayudaron a construir la patria y que un día se rindieron a la ola urbanizadora. Por supuesto, ignoramos, también, sus sentimientos cuando el mundo que conocían se repartía en lotes que iban llenándose con ladrillos.
Estos blancos, únicamente se completan con arduo y paciente trabajo de archivo.
El documento que nos revela la existencia de la quinta en cuestión, una de las tantas que pobló estos pagos, cuando aún las disposiciones catastrales no nos dividía por barrios, es la mensura que el 10 de febrero de 1870, realizara el agrimensor Francisco Del Valle, de los terrenos, unos días antes, adquiridos por Lanús. Este documento nos habilita el conocimiento no sólo de las condiciones de esas 9 cuadras, sino la genealogía de una fracción de la tierra boedense en sus tiempos heroicos.
Del Valle encontró que la superficie mencionada en la escritura de compra no coincidía con la real del terreno, entonces, buscó el faltante en las quintas inmediatas. Así, nos ofrece datos precisos acerca de dos vecinos de Boedo: Castillo y Guedes. Menciona, pero deja en el borde del plano, a otros como Machín, Ballesteros, Roigth y a los Pereyra, primos hermanos de los Guedes y de no menor transcendencia que estos, en cuanto al tiempo en que ocuparon las tierras que se les conoce y, por la importancia de sus bienes personales. Obtenemos la superficie de las quintas vecinas, la posibilidad de reconstruir las calles que ocuparon, el nombre de los viejos propietarios, las relaciones de vecindad, la costumbre a la hora de establecer los límites y más.
Lindera a la quinta de Lanús, estaba la de Juan B. Castillo. Recostaba su límite Oeste sobre Avenida
En cuanto a las quintas de Roigth, Ballesteros y Pereyra, sabemos por el Plano del Partido de San José de Flores, que encontraban su límite Este, en nuestra Avenida Boedo.
La propiedad de Guedes, mejor representada para los estudiosos de Boedo, formaba un polígono irregular comprendido aproximadamente entre las calles Viel, Quintino Bocayuva, Av. Pavón y probablemente Constitución. Menos conocido es que poseía una extensión en forma de abanico, que envolvía por el Oeste la propiedad de Castillo, limitando hacia el Este con las quintas de Pereyra, Ballesteros y Roight. Comenzaba con una base de
Como es de rigor para toda mensura catastral, Del Valle estudió los títulos los títulos precedentes a la compra de Lanús y, por ellos nos remontamos hasta aquellos chacareros que la ocuparon desde el 7 de diciembre de 1785, cuando Domingo de Igarzabal compró a Miguel Ramírez, unas 8 ó 9 cuadras de terreno que habían sido de propiedad del finado José Arroyo. Es interesante notar, que Miguel Ramírez, poseía no sólo las tierras que vendió por simple acto a Igarzabal, sino la franja de terreno que iba desde Av.
Javier Igarzabal, Había contraído deudas con Nicolás Peña, casado con su hermana Casilda. A su muerte, dejó a su mujer Anjela Castelli, la tarea de honrar las obligaciones, así que en agosto de 1822, ella cede la parte de quinta que le corresponde a Casilda, a la sazón viuda de Peña, que a partir de ese momento pasa a ser propietaria del 50% de las tierras, que tiene en consorcio con sus otras dos hermanas.
En julio de 1831, Martina Igarzabal, vende a José Acosta la parte que le corresponde de la quinta. Esta venta resulta para nosotros especialmente interesante, porque informa el nombre de los vecinos. De tal modo, sabemos que hacia el Oeste, las tierras aledañas, no pertenecían aún a los Rojas, sino al “finado Patrón”, nombre que encontraremos en otros documentos. Por el Sur limitaba con las de Ramírez, lo que da cuenta, que aún no habían sido adquiridas por los Guedes. Por el Este con las del finado Rodríguez. Estamos justo en el momento en que los Acosta / Padín comienzan a formar esta quinta. Por otra parte, sabemos que ha aparecido una calle sin nombre que corre por el frente de la propiedad, que con el tiempo se convertirá en Europa y luego en Carlos Calvo.
En Agosto de 1839, Anjela Igarzabal, vende a Acosta su parte. Con este acto, sabemos que las tierras fueron tasadas por Andrés Padín y por Manuel Prado, a quienes vamos a encontrar mensurando casi todas las propiedades de la zona. La novedad es que Ramírez ha muerto, lo que dará acceso a los Guedes a incorporar el terreno.
En Septiembre de 1841, Casilda, vende a Acosta, lo que queda de la herencia paterna.
Finalmente el 27 de enero de 1870, Rosa Padín viuda de Acosta, la vende a Lanús. Para este momento el cuadro de situación ha cambiado. La calle que pasa frente a la propiedad ya fue bautizada como Europa, se da entidad a los vecinos que se enfrentan calle por medio, es decir hacia el Norte: Juan Roleri y Silvestre Machín. Por el Oeste, ya es propietario José María Rojas, por el Sur Carlos Guedes es el nuevo vecino. Por el Este: Juan B. Castillo.
Cuando se estudia la evolución en la propiedad de la tierra en el Partido de San José de Flores, llama la atención la continuidad de algunas familias como el caso de los Guedes, que no terminaron de desprenderse de la zona, hasta pasados más de 200 años de permanencia. Otras sin embargo, pasaban de mano en mano sin solución de continuidad. Eso ocurrió justamente con los terrenos de Roleri, que si bien, a primera vista están fuera de Boedo, provienen de una misma heredad que se extendía aproximadamente desde Treinta y Tres Orientales a Viel y desde Carlos Calvo a Av. Independencia y por sus respectivas prolongaciones.
El poseedor más antiguo que le encontramos fue Francisco Almandos, que murió dejando hijos menores bajo la tutoría de Pedro Vicente Ximenez, quien para 1829, vendió el sector Oeste de las tierras -que terminará con el trascurso del tiempo siendo de Juan Roleri - a José Joaquín Olivera. Salvo este último que la mantiene hasta el 48, nadie más parece haber tenido en estima esta franja de terreno. Ese mismo año sufre dos ventas, la primera de los herederos de Olivera a José Lobo y, la segunda de éste a Antonio Aldao, que en dos años la vende a Ana Fleury de Dale. Al año, en noviembre de 1851 ella la transfiere a Eleonora Romano, quien en abril de 1852 la regresa a manos de Ana Fleury. Unos meses más tarde, la dos veces poseedora, las traspasa a Luís Gómez, que antes del año y medio, en enero de 1954 la vende a Flora Suárez. En septiembre de 1855 ésta la transfiere a Manuel Isidro Molina, quien en enero de 1859 la enajena a favor de Enrique Arrotea. Éste las conserva 3 años, hasta marzo de 1862 cuando las vende a Juan S. Roleri.
En cuanto al sector Este de las tierras de Almandos. Pedro Vicente Ximenez recién las enajena a Silvestre Machín en 1842.
La mensura practicada sobre el terreno de Roleri, buscando un faltante de tierras, nos brinda una información extra -como puede observarse en el plano correspondiente, que acompaña a este trabajo-, la ubicación de las casas donde estas personas moraban. Tanto los Roleri, como los Machín, las tenían ubicadas con frente a calle Europa. En el caso de éstos últimos, encontramos la vieja construcción que fuera de Silvestre, fallecido en tiempos de efectuarse el acto catastral, ubicada hacia el Este y, la su heredero, Víctor Machín quien la había construido hacia el extremo opuesto. También, podemos ver las construcciones de Roleri.
Estos accidentes que denuncian los agrimensores de ambas mensuras, el de faltantes de terreno respecto a los guarismos estipulados por las escrituras, eran moneda corriente. Hay que pensar que las tierras cuando fueron compradas, o recibidas en donación, no estaban definidas por un límite preciso. Iban desde un “acá” hasta un “allá”, delimitado por accidentes naturales que se modificaban en el tiempo. Por eso es que los agrimensores, se ven en figurillas para otorgar a cada quien lo que correspondía. Este tema, era, como es esperable causa de enojo entre los quinteros. Que, aunque hoy nos parezca imposible, dada la extensión de sus tierras, que no alcanzaban las
También, hubo gestos de decencia, como el de José M. Rojas, que al efectuarse la mensura de Lanús, reconoció que sus mayores por más de 50 años habían rechazado algunas varas sobre el costado BC del plano, lo que le impidió hasta plantar árboles cerca de esa línea. Por lo cual termina cediéndoselas a Lanús.
Valga esta reseña para traer a la memoria a aquellos que fueron hace tanto tiempo, y sirva como incentivo, para futuras investigaciones.
Notas
(1) Se ha respetado en esta cita textual, la ortografía original
(2) Se ha respetado la ortografía usada por el Agrimensor en su detalle de títulos.
Fuentes Documentales
AGN - Trib Sucesiones, legajo 6663
AHM- Archivo de Mensuras. San José de Flores, Carpeta nro 246
AHM- Archivo de Mensuras. San José de Flores, Carpeta nro 63
Bibliografía
Cutolo, Vicente O. : Nuevo diccionario biográfico argentino. Bs. As,
Elche, 1968
di Cesare, Ana María: Los pioneros de la tierra en el Sudoeste de San José
de Flores. Bs.As, Ed. A. Anaximandros, 2010
di Cesare, Ana María: Primera aproximación a una tierra apasionada.
Madrid, Mandrágora, 2009
di Cesare, Ana María: El inicio de una zaga. Bs.As. Ed A. Anaximandros,
2008
di Cesare, Ana María: El dulce encanto de la genealogía de la tierra.
Bs. As., Ed. A. Anaximandros, 2008
Gesualdo Vicente: Historia Argentina, Buenos Aires, Ediciones Océano
Piccirilli, R.; Romay, F.L.; Gianello, L. Diccionario Histórico Argentino.
Buenos Aires, Históricas Argentinas, 1954
Santillán, Diego A. De: Gran Enciclopedia Argentina. Tomo IV. Buenos
Aires, Ediar, 1958
Udaondo, Enrique. Diccionario biográfico Argentino. Buenos Aires,
Institución Mitre, 1938
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