Autor Emilio López
La presente es una reseña de mis vivencias de
nuestro barrio de BOEDO, cuando todavía no era ese el nombre real del lugar,
cuando nos preguntaban el nombre del barrio decíamos Almagro, cuando nos decían
que lugar de Almagro, decíamos orgullosos Boedo, no la calle Boedo, ya le
estábamos dándole características de barrio; empiezo con mis recuerdos cuando
yo tenía cinco años a partir del año 1925.
Boedo es uno de los pocos barrios muy
especiales con que cuenta la ciudad de Buenos Aires, siempre sus moradores
tuvieron a su alcance, ya en la época que comienzan mis recuerdos, medios de
transporte para cualquier punto de nuestra ciudad, a muy pocos minutos del
centro de la ciudad, era un barrio en su gran mayoría de casas bajas, yo, la
única de altos que recuerdo es la que está ubicada en la calle Boedo y Carlos
Calvo donde funciona una farmacia que ya estaba en esa época, eran a lo sumo
casas de una planta más que ocupaban las familias, abuelos, padres e hijos y más
tarde en ese lugar se criaron los hijos de sus hijos.
Otras casas preferentemente denominadas de tipo chorizo, con dos grandes patios como mínimo, se transformaron por exigencias de la época en inquilinatos, con sus cocinas hechas a la puerta de las habitaciones, sobre el patio, entrando en su construcción maderas y chapas de zinc, donde apenas cabían las amas de casa, con sus cocinas de chapa gruesa que funcionaban alimentadas con carbón y ayudadas en sus quehaceres culinarios con el
calentador “Primus” de bronce siempre brillante y con las agujas para el calentador a mano, para que cuando se tapaba el mechero y empezaba a bufar dejarlos en condiciones para evitar que ahúme el utensilio que se estaba usando.
Otras casas preferentemente denominadas de tipo chorizo, con dos grandes patios como mínimo, se transformaron por exigencias de la época en inquilinatos, con sus cocinas hechas a la puerta de las habitaciones, sobre el patio, entrando en su construcción maderas y chapas de zinc, donde apenas cabían las amas de casa, con sus cocinas de chapa gruesa que funcionaban alimentadas con carbón y ayudadas en sus quehaceres culinarios con el
calentador “Primus” de bronce siempre brillante y con las agujas para el calentador a mano, para que cuando se tapaba el mechero y empezaba a bufar dejarlos en condiciones para evitar que ahúme el utensilio que se estaba usando.
La habitación, que no cumplía todos los
requisitos necesarios para desenvolverse convenientemente, era el lugar donde
se desarrollaba la vida de la familia, era pieza de recibo, comedor y
dormitorio a la vez. El dueño del inquilinato o encargado , usaba la sala o el
lugar que en primer momento había sido destinado a comedor y dominaba los dos
patios de la casa y la puerta de entrada, con un baño y una letrina como decían
las ordenanzas de la época, donde todas las mañanas se veían ir, desde muy
temprano, a las mujeres mayores con sus bacinicas, siempre tapadas por un
diario como prueba de delicadeza hacia el vecino.
Los sábados eran días de limpieza general, se
veían los patios con sillas y otros elementos mueble de la habitación, para
así, proceder al lavado del piso, con agua, jabón y lavandina, con cepillo hasta
que consideraban limpios.
Las recién casadas, lo mantenían encerados y se las
veía pasando la cera para luego sacar lustre con un trapo de lana bajo su pié,
dando todo el peso de su cuerpo en la tarea, buscando el brillo que prometía el
envase. Los sábados eran los días indicados para el baño, toda la familia tenía
que pasar por ese requisito, los más chicos en ese enorme tacho de zinc,
que se tenía cuando no se usaba sobre el techo de la cocina y después del baño, con las recomendaciones de rigor, los chicos salíamos a la vereda vigilados por algún mayor. Los mayores esperaban turno en el baño y si querían disfrutar de las ventajas del calentador eléctrico colocado en la ducha del baño, se debía pagar un tanto dispuesto por el encargado, para cubrir el gasto de electricidad, en otros lugares el calentador de la lluvia funcionaba a alcohol de quemar y si se tardaba mucho en el baño terminaban enjuagándose con agua fría.
que se tenía cuando no se usaba sobre el techo de la cocina y después del baño, con las recomendaciones de rigor, los chicos salíamos a la vereda vigilados por algún mayor. Los mayores esperaban turno en el baño y si querían disfrutar de las ventajas del calentador eléctrico colocado en la ducha del baño, se debía pagar un tanto dispuesto por el encargado, para cubrir el gasto de electricidad, en otros lugares el calentador de la lluvia funcionaba a alcohol de quemar y si se tardaba mucho en el baño terminaban enjuagándose con agua fría.
Las calles
allá por el año 1925, eran de los
pibes, y los pibes éramos felices en ellas, no existían los ministros de
economía, había un ministro de hacienda que pocos mayores conocían, no sabíamos
que hay una palabra que indica discriminación, entre nosotros éramos todos
iguales, el negrito, el descendiente de portugueses de Ciudad del Cabo, que lo
llamábamos con cariño negrito o carbonilla, ni era distinto León, el hijo de un
judío que llamábamos el rusito, todos éramos iguales, tanto el que tenía un
remiendo en su pantalón corto y calzaba alpargatas, como el que tenía zapatos o
zapatillas de goma marca Champión y conocíamos todos nuestros deberes y
limitaciones, todo lo que era permitido y lo que no lo era, no se conocía la
palabra guardería, en el verano algunos iban a casas de sus familiares en la
provincia, otros a colonias que funcionaban en los parques y no sabíamos, ni
pensábamos que se pudiera crear un lugar llamado geriátrico, nuestros abuelos
que nos habían visto nacer y crecer, a nosotros nos quedaba el dolor de verlos
morir.
En esas calles que en esos tiempos únicamente pasaban algunas chatas o
carros, unas eran tiradas según su tamaño por dos o tres o cuatro caballos, los
carros que se encargaban de cargas o lo que fuera, algún Ford a bigotes,
esos de llanta angostas, que para ponerlo en marcha lo hacían con una manija hasta que se sentía funcionar el motor, también pasaba una vez por semana, el camión de la cervecería Quilmes, con sus llantas macizas, haciendo a su paso, trepidar todas las paredes con un ruido infernal, la calle era el lugar ideal y seguro para nuestros primeros juegos de pelota, empezando por la de papel, siguiendo por las de trapo, siempre sobre la vereda, para llegar después a la de goma en toda la calle, vigilados siempre por un abuelo sentado en su silla a horcajadas, que cuando se nos escapaba alguna grosería o no le dejábamos lugar a la vecina para que pasase, recibíamos una reprimenda, que nos enseñaba el respeto a los mayores. Teníamos un tiempo para cada juego, ya sea el balero, el trompo, las bolitas, el barrilete, etc. que ahora yo me pregunto, quién los fijaba?
Porque en todos los años se repetían, las figuritas, esas que juntábamos de las cajas de fósforos Rancherita o Victoria, estas últimas venían con fotos de artistas del cine mudo, impresas en color sepia, con ellas jugábamos al punto, a cara o seca o al puchero que consistía en dejarlas caer desde un punto determinado, hasta que una quedara encimada a otra, ganando el pozo formado, el que la había dejado caer; más adelante los mayores nos permitían incorporarnos a sus juegos ya más violentos, el rango, el hoyo pelota, el indio, etc. y así íbamos creciendo e incorporados ya a los mayores, que ya tenían la categoría de muchachos que nos aconsejaban pasándonos sus experiencias, nos encarrilaban y nos enseñaban las cosas que para nuestros mayores eran tabú o nos daban una retada cuando hacíamos algo mal, o nos defendían cuando nos atacaban.
esos de llanta angostas, que para ponerlo en marcha lo hacían con una manija hasta que se sentía funcionar el motor, también pasaba una vez por semana, el camión de la cervecería Quilmes, con sus llantas macizas, haciendo a su paso, trepidar todas las paredes con un ruido infernal, la calle era el lugar ideal y seguro para nuestros primeros juegos de pelota, empezando por la de papel, siguiendo por las de trapo, siempre sobre la vereda, para llegar después a la de goma en toda la calle, vigilados siempre por un abuelo sentado en su silla a horcajadas, que cuando se nos escapaba alguna grosería o no le dejábamos lugar a la vecina para que pasase, recibíamos una reprimenda, que nos enseñaba el respeto a los mayores. Teníamos un tiempo para cada juego, ya sea el balero, el trompo, las bolitas, el barrilete, etc. que ahora yo me pregunto, quién los fijaba?
Porque en todos los años se repetían, las figuritas, esas que juntábamos de las cajas de fósforos Rancherita o Victoria, estas últimas venían con fotos de artistas del cine mudo, impresas en color sepia, con ellas jugábamos al punto, a cara o seca o al puchero que consistía en dejarlas caer desde un punto determinado, hasta que una quedara encimada a otra, ganando el pozo formado, el que la había dejado caer; más adelante los mayores nos permitían incorporarnos a sus juegos ya más violentos, el rango, el hoyo pelota, el indio, etc. y así íbamos creciendo e incorporados ya a los mayores, que ya tenían la categoría de muchachos que nos aconsejaban pasándonos sus experiencias, nos encarrilaban y nos enseñaban las cosas que para nuestros mayores eran tabú o nos daban una retada cuando hacíamos algo mal, o nos defendían cuando nos atacaban.
En la calle Estados Unidos , entre Castro y
Castro Barros, donde hice mis primeros pininos y al igual que en todas las
zonas, se consideraba a la cuadra como el barrio, la barra de uno, siendo los
pibes de la otra cuadra un bando distinto, hacíamos desafíos a la pelota,
diciéndonos que eran barrio contra barrio, a pesar de ser de la otra cuadra,
los que muchas veces terminaban a las trompadas, quedando como recuerdo un ojo
en compota, que nuestras madres después de un reto, nos ponían un paño frío y
con eso y el tiempo desaparecía.
En mi cuadra, desde pequeñitos conocíamos a
los comerciantes callejeros, como aquel verdulero, que lo veo encorvado,
tirando de un carrito, cargado de frutas y verduras, que ya tenía su clientela
fija que lo esperaba para surtirse de lo necesario y cuando no le alcanzaban
las monedas para cubrir su compra, les fiaba, confiando en su cliente, no
quiero llegar a olvidarme del almacenero, carnicero, lechero, etc. que
confiando en la palabra de su vecino le fiaba apuntando los gastos en una
libreta que se hizo famosa por sus tapas negras, les ayudaba a vivir en
momentos difíciles.
El lechero, que vestía una blusa negra o
blanca con bordados y con una boina, llegaba en un carro adaptado para llevar
los tarros sin que se vuelque el contenido, tirado por un caballo que ya
conocía el recorrido de su dueño y se adelantaba por su cuenta hasta el próximo
cliente, otro personaje era el turco con su mercadería de sábanas, toallas,
camisones etc. sobre el hombro, surtiendo a las vecinas por el pago de un peso
por semana, el pescador, con sus productos colocados en sendas canastas que
colocadas en las puntas de una gruesa caña pendían de sus hombros, el que
vendía pajaritos, ya pelados y limpios para hacerlos con polenta, igualmente el
que vendía liebres, y el tachero que emparchaba el techo de zinc, baldes, ollas
etc. cuando perdían contenido.
A partir del mes de noviembre pasaban un grupo de hombres y muchachos arreando una
gran cantidad de pavos y otras veces chivitos, quienes provistos de un largo
alambre, con un gancho en su punta, con el que con gran habilidad enganchaban
el animal elegido por su ocasional cliente; yo ahora presumo que tomaban la
calle Estados Unidos, por no tener vías de tranvías, al igual que la calle
Valle.
Otro habitué era el panadero de la Panificación Argentina, que tirando
de las varas de su carrito, llegaba a las esquinas haciendo sonar un cornetín o
una corneta y las mujeres salían a comprar el pan que necesitaban, y el
lechero, que por cada casa pasaba todas las tardes con tres o cuatro vacas y un
ternero, una de las vacas llevaba un gran cencerro de bronce que sonaba a su
paso, detallo estas cosas porque me consta que a los menores de 50 años cuando
les cuento esto, se extrañan como mis nietos cuando escuchan mis relatos de
cómo pasé mi juventud.
En mi barrio, no teníamos ninguna iglesia ,
la única que recuerdo es una capilla que está en Chiclana y Boedo, la más
cercana a nosotros es la de San Antonio de Padua, una capilla que está en la
calle México 4050; allí funcionó un colegio primario de esos que actualmente le
llaman de Jornada completa, antes era medio pupilo, contaba con una agrupación
de boy scout por la que pasaron muchos pibes del barrio.
De escuelas en mi zona , que tengo presentes,
son la de Independencia y Boedo, otra que funcionó en la calle Carlos Calvo al
3800, la Florentino Ameghino, hoy trasladada a la calle Av. La Plata que funcionó en la calle Independencia
al 4200 entre Mármol y Muñiz, otro
colegio desparecido es el de la calle Muñiz entre Carlos Calvo y Estados Unidos
donde hice mis primeros años escolares primarios.
Recuerdo que teníamos clases de lunes a
sábados incluidos, que cuando una fiesta patria era en día domingo, teníamos la
obligación de concurrir, y no teníamos problemas; antes el 6º grado era un
repaso de todo lo aprendido y era el preparatorio para el secundario donde
ingresábamos con cierto temor, pero sin problemas en la parte estudios, las
bases del 1º año secundario las teníamos en nuestro 6º grado.
Un afectuoso
recuerdo para mi maestro de 6º de apellido Irigoyen Duprat, que cerró una parte
importante de mi vida en la escuela primaria; cuando veo como funciona la
enseñanza ahora, siento pena por los pibes de esta generación.
Boedo era uno de los pocos o el único barrio
que en su perímetro no tenía ninguna plaza ni monumentos, pero los sábados y
domingos desde las 6 de la tarde Boedo era un gran paseo desde Independencia a
San Juan en el que se lucían, transitando con sus amigas, las chicas más lindas
de la ciudad, escoltadas unos pasos más atrás por sus padres, tías o alguna
persona mayor de confianza de la familia; todos los comercios encendían las
luces de sus escaparates, y los cafés durante el buen tiempo, ponían sus mesas
y sus sillas en la vereda, para comodidad de los mirones.
Allá por el año ’30 Boedo no tenía cloacas,
así que se inundaban muchas de sus cuadras, teniendo algunos lugares como Treinta y
tres y Cochabamba, unos puentes que estaban colocados una parte del puente en
la vereda par y la otra mitad sobre la vereda impar, montados sobre una
plataforma giratoria que los vecinos cerraban los días de mucha lluvia para
poder cruzar de una vereda a la otra.
El alumbrado se cumplía con un foco
potente en la esquina y otro en cada cuadra, el que era encendido por un señor
que llegaba en bicicleta a las 18 hs. aproximadamente y de la misma forma
pasaba apagándolas a las 7 de la mañana.
El vigilante, como lo llamábamos, formaba
parte del vecindario, en la esquina de mi casa había una parada permanente que
cumplían 3 agentes en turnos de 8 hs. cada uno, recuerdo que sus piernas
estaban protegidas por unas gruesas polainas de cuero o suela, decían que esa
protección era contra las mordeduras de perros, cosa común por Parque
Patricios, Soldati, etc.
En aquellos tiempos cuando salían en los diarios
alguna noticia referida a estos policías los nombraba como el agente de
facción; las noticias más comunes eran que habían detenido a un caballo
desbocado, o en verano que se habían insolado. Esta policía tenía un gran
conocimiento del vecindario, que los respetaba mucho y extendían sus recorridas
hasta la esquina más próxima a su parada, imponiendo con su presencia la
seguridad de los vecinos, que en los días de frío o calor le acercaban alguna
bebida reconfortante, de noche sentíamos el sonido de los silbatos cumpliendo
la llamada ronda, por el cual se comunicaban con el policía más cercano,
informando que todo estaba en orden. El policía si cumplía el turno nocturno
entraba a cumplir su labor a las 10 de la noche, en ese horario recorrían las
puertas de las casas del sector bajo su cuidado, para constatar que ningún
vecino hubiera olvidado cerrarlas, en esos casos con el llamador que tenían todas las puertas
se comunicaba con el vecino para saber si todo funcionaba con normalidad, más
tarde el lugar del llamador de la puerta de calle, lo ocupó el timbre, que
funcionaba con dos grandes pilas ubicadas en un cajoncito y por medio de cables
eléctricos estaba conectado con el interior de la casa. Este policía, en
invierno vestía un uniforme cerrado y un grueso y pesado capote que lo protegía
del frío que imperaba en esos tiempos, cuando conversando con gente joven les
comento que cuando yo era chico se formaba una gruesa capa de hielo o escarcha,
junto a los cordones de la vereda, les parece que les estoy contando un
imposible, y se ríen cuando les cuento que en mi niñez teníamos
pautas no escritas para todo, que a pesar nuestro nos llegaba hasta los 15 años y hasta esa edad andábamos con los pantalones cortos, aguantando como en mi caso que ya tenía una altura superior al metro setenta, cargadas que desde los carros nos gritaban como mínimo “Che… bajálos a tomar agua” o “Tan grandote con pantalones cortos”, hasta que llegaba ese día, en que nuestros padres nos daban el traje de pantalones largo que ya al otro día nos poníamos orondos para ir al secundario, pantalones grises, sacos azules, camisas celestes y corbatas azules como marcaban las disposiciones vigentes y otro para salir los sábados y domingos, que por varios años era el mismo. A los 18 años sacábamos nuestra libreta de enrolamiento, que ya nos hacía sentir hombres porque nos abría las puertas a lugares hasta entonces vedados.
pautas no escritas para todo, que a pesar nuestro nos llegaba hasta los 15 años y hasta esa edad andábamos con los pantalones cortos, aguantando como en mi caso que ya tenía una altura superior al metro setenta, cargadas que desde los carros nos gritaban como mínimo “Che… bajálos a tomar agua” o “Tan grandote con pantalones cortos”, hasta que llegaba ese día, en que nuestros padres nos daban el traje de pantalones largo que ya al otro día nos poníamos orondos para ir al secundario, pantalones grises, sacos azules, camisas celestes y corbatas azules como marcaban las disposiciones vigentes y otro para salir los sábados y domingos, que por varios años era el mismo. A los 18 años sacábamos nuestra libreta de enrolamiento, que ya nos hacía sentir hombres porque nos abría las puertas a lugares hasta entonces vedados.
Volviendo a la policía, recuerdo que cuando se jubiló uno de los
agentes de parada en mi esquina, los vecinos reunieron una cantidad de pesos y
se lo entregaron en presencia del comisario de la Seccional 10º en
reconocimiento a los muchos años pasados en el barrio. Era un vigilante dicho
con mayúscula, era de piel morena, lamento no recordar su nombre porque
guardando las distancias era un amigo y consejero de todos nosotros; durante un
tiempo visitaba el barrio periódicamente hasta que no lo vimos más. Las
Seccionales 10º y 8º eran las
pertenecientes al barrio de Boedo, aunque en esa época ninguna estaba dentro de
la parte ahora reconocida del barrio , la 10º estaba en Senillosa 650
entre Valle y Pedro Goyena, y la otra está en Gral Urquiza al 500. En mis
recuerdos de chico no tengo ningún hecho trascendente de origen policial, me
contaban mis mayores que en una obra en construcción de Boedo y Chiclana el
tristemente célebre Santos Godino, conocido como el “Petiso Orejudo” que
terminó sus días en el penal de Ushuaia, había matado a un chico, siendo su
último crimen por el que fue condenado y mucho tiempo después siendo yo ya
mayor en la calle San Juan casi esquina Castro un integrante del Dúo Buono - Striano, Salvador Buono, dio muerte a una mujer a causa de lo cual fue
condenado a cumplir prisión en la Penitenciaría Nacional.
De políticos, uno que era muy conocido en la
zona, como caudillo en el barrio, además de estar ligado al club San Lorenzo de
Almagro fue un señor de apellido Bidegain, cuyo nombre lleva una cortada del
barrio, también recordamos a Alfredo Palacios, Repetto, Dickman, etc. que periódicamente
daban sus discursos en Boedo y San Ignacio
siempre con la presencia de la Policía Montada, que lucían vistosos uniformes y en su cabeza un gorro prusiano con un pico en su testera, provistos de largos sables curvos, que manejaban con destreza en los disturbios, asestando golpes con la parte plana, querían demostrar su desacuerdo con el orador de turno.
siempre con la presencia de la Policía Montada, que lucían vistosos uniformes y en su cabeza un gorro prusiano con un pico en su testera, provistos de largos sables curvos, que manejaban con destreza en los disturbios, asestando golpes con la parte plana, querían demostrar su desacuerdo con el orador de turno.
Otro hecho que se comentó en
el, barrio pero personalmente no me consta, fue que en la esquina de San Juan y
Boedo el 6 de setiembre de 1930, fue fusilada una persona ebria que gritó al
paso de un camión militar, que se dirigía al centro, consignas adversas a los
revolucionarios.
La calle San Juan, así también Independencia,
lucían en aquellos tiempos en su centro, una hermosa plazoleta, con enormes
árboles y bancos que disfrutaban los vecinos de edad para tomar sol en invierno
y gozar del fresco en verano, en esos tiempos cuando el viento soplaba de la
parte de Pompeya, se sentía el ruido del tren que corría por esa zona al cruzar
los puentes de hierro, al salir o antes de llegar a la estación Sáenz, al igual
que el pitar de la locomotora que recorría el lugar.
En la esquina de
Independencia y Castro funcionaba la biblioteca Miguel Cané, que luego fue
trasladada al edificio que ocupa actualmente en la calle Carlos Calvo entre
Muñiz y Av. La Plata, lugar que en mis tiempos de secundario recurrí para sacar
apuntes, al atardecer llegaba un camioncito con un proyector de cine que
instalando el género blanco como pantalla, pasaban películas donde conocimos a
Buster Keaton, Tripitas (un gordo al que le pasaba de todo), Carlitos Chaplin,
etc., gozando con ellas más nuestros abuelos que nosotros mismos.
Los muchachos de la década del ’30, teníamos como lectura preferida las revistas Tit Bis, Leoplán, Rojo y Negro, en las que me familiaricé con autores famosos y Caras y Caretas, Plus Ultra, y El Hogar, estas tres últimas que leían mis mayores y luego llegaban a mis manos. Recuerdo a un señor que semanalmente pasaba dejando una novela en forma de folletín a cambio de diez centavos, en casa se recibía el diario La Prensa, que en ese entonces distribuía directamente la empresa entre sus abonados, no existiendo en las esquinas los puestos de diarios y revistas como en la actualidad, recuerdo que en la esquina de Boedo y Carlos Calvo, había un señor que vendía los diarios de la tarde a partir de la cuarta edición, La Razón y el vespertino Crítica que venía en un color violáceo en su primer página , ese señor, que si no me equivoco se llamaba Rugero, le daba a los pibes de la zona, varios ejemplares de los diarios para su venta en los tranvías que circulaban por el lugar, dándole luego una propina acorde con la venta.
Los muchachos de la década del ’30, teníamos como lectura preferida las revistas Tit Bis, Leoplán, Rojo y Negro, en las que me familiaricé con autores famosos y Caras y Caretas, Plus Ultra, y El Hogar, estas tres últimas que leían mis mayores y luego llegaban a mis manos. Recuerdo a un señor que semanalmente pasaba dejando una novela en forma de folletín a cambio de diez centavos, en casa se recibía el diario La Prensa, que en ese entonces distribuía directamente la empresa entre sus abonados, no existiendo en las esquinas los puestos de diarios y revistas como en la actualidad, recuerdo que en la esquina de Boedo y Carlos Calvo, había un señor que vendía los diarios de la tarde a partir de la cuarta edición, La Razón y el vespertino Crítica que venía en un color violáceo en su primer página , ese señor, que si no me equivoco se llamaba Rugero, le daba a los pibes de la zona, varios ejemplares de los diarios para su venta en los tranvías que circulaban por el lugar, dándole luego una propina acorde con la venta.
Los jóvenes de esa época, trabajábamos o
estudiábamos de lunes a sábado, reuniéndonos luego de nuestras tareas para hacer
fútbol, básquet, etc. y a programar ya con diez y ocho años, para ir
a bailar en algún club de la zona, hasta entonces nos habíamos reunido desde los
quince en adelante, en la casa de alguno de los chicos del barrio para aprender con las hermanas de ellos los
primeros pasos de lo que se bailaba en ese entonces , todos nosotros teníamos nuestro traje para presentarnos, era
de rigor ir de traje y corbata para poder ingresar y no existía la
discriminación, sino el buen gusto y la educación, así veíamos a nuestros
mayores que se ponían saco y corbata o pañuelo de seda al cuello para ir a la
cancha a ver un partido de fútbol o una pelea en el Luna Park.
Nuestros
primeros clubs, siempre hablando de Boedo fueron el Murciano Albacetense, un
lugar de residentes españoles de esa región, que estaba ubicado en la calle
Carlos Calvo al 3800, donde dimos nuestros primeros pasos fuera de los lugares
familiares, con el tango, vals, foxtrot y de tanto en tanto alguna ranchera o
algún baile español. Otro club fue el de Residentes de Cuntis que estaba en la
calle Castro al 800. Los Colombófilos en la calle Carlos Calvo, donde siempre
veíamos al Hombre Montaña, muy conocido en el ambiente de la lucha libre. En la
calle Colombres teníamos la Sociedad Balear y el Juvenil, también en la calle
Carlos Calvo había una filial del club Dopo Lavoro, en el lugar funcionó en un tiempo, la concentración del club San Lorenzo de Almagro, el club Odeón en la calle
Pavón, que luego se trasladó a Av. La Plata y en ese lugar funcionó un club
de la Federación Gráfica Bonaerense, que mantenía un lugar para enseñar el
oficio de obrero gráfico en la calle Treinta y tres entre San Juan y
Cochabamba. El Atipai en la calle México al 3900, es de hacer notar que no
todos los sábados o domingos había bailes, los bailes eran en fiestas patrias
con grandes orquestas y los famosos bailes de carnaval con sus carteles de "Ocho - Grandes bailes - Ocho", después de tanto en tanto programaban alguno con “Selectas
grabaciones”, únicamente en San Lorenzo cuando no había partido de local, hacía
bailes, si había futbol programaban boxeo.
Recuerdo a los cines del barrio con mucho
cariño y los añoro, teníamos sobre Boedo a los cines Los Andes, donde para las fiestas patrias daban la película “Un nueva y gloriosa Nación”,
siempre a las 10 de la mañana con entrada libre, también teníamos el cine
Alegría, cuya dueña una francesa recibía a menudo la visita de la madre de
Carlos Gardel y el Cine Moderno, estos dos últimos semanalmente daban series
como Flash Gordon, El beso de la mujer araña, etc. que nos mantenía atrapados
junto a los cow-boys, como Tom Mix, Bujones, etc.
El Nilo alquilaba sus
palcos mensualmente; en verano se corría su techo dejando ver las estrellas en
el cielo, pienso que ahí se inspiró el arquitecto que proyectó el cine Opera, al llegar a Rondeau estaba el cine Follies1º en la vereda de los impares. Frente
a San Ignacio fue inaugurado el Gran Cuyo. Por Independencia casi esquina Boedo
funcionó un tiempo el cine Bristol Palace y en Av. La Plata al 1700 teníamos al
cine Odeón, en cualquiera de estos cines se hacían las fiestas de las
cooperadoras de las escuelas de la zona. Estaba también el Teatro Boedo, donde
se representaban las mismas obras con sus actores de fama que en los teatros
céntricos, colmándose sus instalaciones sábados a la noche y domingos de tarde.
Un recuerdo a esos cines que daban sus
películas por secciones, pudiendo sacar la entrada para toda la tarde o para
una película sola, al término de las películas el acomodador recorría las filas
controlando la entrada o vendiéndola para la siguiente función. Al término de
la película los hombres generalmente se levantaban para fumar en el vestíbulo
del cine, al salir de la sala le entregaban una contraseña, que los chicos pedíamos a quien no volvía a entrar, teníamos una linda niñez y una linda juventud, el peor
vicio nuestro fue fumar un cigarrillo a espaldas de nuestro mayores, sin contar
las travesuras propias de cada edad.
Como mercados recuerdo los siguientes el de
Independencia al 3600 con salida por Colombres, se
decía que era de los hermanos Cámpolo, destacados boxeadores de la época, el de San Juan al 3600 que aún existe, el de
Quintino Bocayuva al 900 con salida por el pasaje Totoral. En distintos días de
la semana funcionaban las ferias francas, en el centro de la calle San Juan,
otros días en la calle Colombres y Cochabamba y también recuerdo el mercado que
funcionó durante infinidad de años en Independencia y Av. La Plata.
En esa época de los años ’20 y ’30 eran
tiempos en que al obrero de cualquier oficio común, el sueldo le alcanzaba para
mantener su hogar y hacer de a poquito una reserva para su vejez, no existía la
jubilación, únicamente se jubilaban los empleados del estado, policías,
ferroviarios, bancarios, pero, los obreros de los talleres particulares estaba
obligados a pensar en su vejez y así formaban ahorrando unos pocos pesos por
mes, una reserva que con el tiempo y un préstamo del Banco Hipotecario, les
permitía comprarse esa casa que luego subalquilaban por piezas lo que le dejaba
una pequeña renta para vivir.
Los hombres se hacían un traje en cada hecho que marcaba
un hito en su vida, casamiento suyo o de sus hijos, casi siempre ese traje era
azul. Las fiestas de fin de año se festejaban con una comida típica, de su lugar
de origen, haciéndose una costumbre que pasaba a sus hijos, la bebida común era
vino o cerveza y ya más adelante una bebida que popularizó en su propaganda la vinería La Superiora, esta bebida se llamaba Chicha; sidra o champagne sólo se
tomaba en alguna fiesta de gente pudiente, y para los pibes una bebida llamada
Naranjín. Cuando terminábamos la escuela primaria, trabajábamos o
estudiábamos y muchas veces ambas cosas a la vez haciendo el secundario de
noche.
En la mayoría de la familias el hijo mayor seguía el oficio del padre y
si no lo podían emplear en alguna de las industrias del barrio, ayudaban en
algunos de los comercios de la zona. Había talleres chicos que cobraban unos
pocos pesos por mes para enseñarle el oficio al chico y lo tenían mucho tiempo
haciendo limpieza, mandados, etc. En el barrio teníamos para colocarnos por
ejemplo, los talleres gráficos Rodríguez Giles en Castro al 900, los talleres
gráficos Bianchi en Quintino Bocayuva al 900, Blazquez en Independencia al
3700, la fábrica de balanzas Cutica en Estados Unidos al 3500, la casa de
rodados Broadway, en Tarija al 4300, la metalúrgica Ferrarini en Rondeau al
4300, en Carlos Calvo al 3600 funcionaba una fábrica de fideos, en la calle
Castro al 900 una fábrica de fajas de mujer, cuyos dueños alemanes eran
visitados periódicamente por el corredor de autos Zatusek, quien venía en su coche de
carrera y lo dejaba estacionado en la calle, revolucionando a los pibes, también
en San Juan al 3500 estaban los talleres mecánicos Parada que tenían en
exposición el coche del corredor Ernesto Blanco, también en Castro al 900,
estaba la fábrica de turrones y confituras “La Fama”, en el pasaje Ambato,
esquina Quintino Bocayuva, había una gran sierra circular, en la que cortaban
enormes troncos de árboles, preparando maderas para uso en construcción y
carpinterías, cuando tuvieron que dejar el lugar, quedaron unos enormes pozos
que los vecino solicitaron el relleno por el peligro que representaban, al
lado, siempre por Ambato, estaba una gran fábrica de hielo (La Nélida?) donde
formábamos grandes colas para conseguir ese producto en la época de las
fiestas, en Colombres al 800 estuvo la fábrica de mosaicos Cortese.
Las niñas recién a los quince años, se ponían
zapatos con pequeños tacos que lucían muy orgullosas, dejando atrás esa época
en que jugaban a la mancha, las esquinitas o hacían esas rondas, tomadas de las
manos y cantando. Algunas al fin de la primaria, las mandaban a estudiar piano,
para cuando después de largos años de solfeo y estudios y de atormentar a
familiares y vecinos con “Para Elisa”, se recibían y podían tener sus propios
alumnos.Su piano, tenía siempre sobre una carpeta que lo cubría, el
busto de Beethoven y el diapasón y colgado de la pared el gran diploma que la
acreditaba para ejercer, enmarcado con un marco dorado. Otras chicas aprendían
Corte y Confección con el “Sistema Teniente”, uno de los más conocidos de la
época, cuyo nombre figuraba en la chapa de bronce colocada en la puerta de la
casa y que la mamá tenía siempre lustrosa. Otras chicas se anotaban en las
“Academias Pitman” que funcionaba en la calle Boedo para aprender máquina y
taquigrafía, otras aprendían de costureras, confeccionando ropa para la casa
Gath y Chaves, que tenía talleres en Maza e Independencia en un edificio que
antes había sido una fábrica de cigarrillos. Así pasamos nuestra niñez y
juventud en el Boedo de esa época.
De los comercios recuerdo por Independencia
casi esquina Boedo a los almacenes Grandes Despensas Argentinas, en la esquina
estaban ubicadas en una el Banco de la
Nación, el Bazar Dos Mundos, la tienda Dell’Acqua, y en la restante una casa de
venta de pantalones de nombre Stentor, por Independencia al lado del banco
había un corralón de materiales en ese lugar según mi abuelo vivió allá por
1850 Ciriaco Cuitiño, el mazorquero que estaba al frente de esa fuerza, siendo yo chico, todavía estaba el portón y una
parte de la reja de dicho lugar, sobre Independencia al 3500, sobre la vereda
par, había un depósito y venta de quesos donde se surtían los repartidores que
recorrían los comercios de la zona, viniendo por Boedo por la vereda par al
700, una de las tres estaciones de tranvías que teníamos en pocas cuadras, las
otras en Estados Unidos , Loria y Carlos Calvo y la otra en Castro Barros al
900, de los tranvías Lacroze.
Al lado de la estación de Boedo había una pequeña
fonda, que funcionó durante muchos años, un día se desmoronó el techo y pasó a
llamarse “El derrumbe”.
Por la vereda de los impares al 700 teníamos La
Vascongada, el café Dante donde se reunían los jugadores de San Lorenzo después
de algún partido importante, donde se festejó con gran algarabía el campeonato
logrado en 1928, este café era uno de los pocos de la ciudad donde estaba
autorizado el juego de barajas y dados después de las 12 de la noche y en el
fondo un gran salón donde pasamos bastantes horas aprendiendo los rudimentos del
billar. Más adelante encontramos la librería Hoogen, siguiendo por Boedo la pizzería de Don Tranquilo Fascioti, famosa en el barrio,
después una gran peluquería creo que se llamaba Los 20 Oficiales, el cine Los
Andes y en la esquina de Estados Unidos el café Ante donde a la noche era casa
de comida. En Boedo casi esquina Independencia sobre la vereda par la panadería Flores Porteñas, en
Boedo y Estados Unidos frente a la casa de comida en el lugar que hoy ocupa un
banco, había un almacén con despacho de bebidas. A la altura del 800 vereda par, la casa Grimoldi, el café Biarritz con su hermosa terraza siempre completa en
el verano. En la vereda impar, un café a metros de la esquina que fue de los
hermanos Iribarren más tarde de Peruca, después llegamos a la Casa Roveda y en
la esquina de San Ignacio el Trianón de Boedo, pasando San Ignacio encontramos el café El
Japonés, donde veíamos siempre el jugador de Boca Arcadio Lopez y el Bar Automático
antes de llegar a Carlos Calvo, en ese lugar por una moneda de diez centavos, que se ponían en una ranura al efecto, aparecía una bandeja con el plato
elegido.
En la esquina del 900, teníamos otro café hoy ascendido a confitería, después de pasar el teatro Boedo y antes de llegar a San Juan, un café con palco al entrar sobre su izquierda, allí se hacían concursos de cantores, por donde pasaron todos los grandes intérpretes de la música popular de ese entonces, otras veces era animado por discos pasados por una vitrolera y hubo oportunidades en que se vio lucha libre o catch, siendo mujeres las protagonistas, este lugar era la Munich de Boedo, al llegar a San Juan el café El aeroplano, que luego se llamó Nippon, más tarde Canadian y ahora Homero Manzi, en la vereda de los pares siempre al 900 teníamos la sastrería “Los dos petisos” en la esquina de Humberto Primo, que competía con la casa Del Niño Argentino que estaba en la cuadra anterior, siguiendo encontramos la Pizzería La Flor y cruzando San Juan otra pizzería que trabajó allí muchos años. En San Juan al 3500 vereda par prestaba sus servicios un restaurante "Santa Lucía" muy cotizado en el barrio, junto con Pinín y el Emiliano en la calle Carlos Calvo y Boedo ; en Carlos Calvo y Castro El Parmigiano, muy concurrido por gente del turf, en Boedo y San Juan hacia la calle Cochabamba la Confitería La Princesa. Por Boedo al 1000 después del cine El Nilo, la casa de fotografías Fermoselle, entre otras por donde pasamos para la foto de la libreta de enrolamiento.
En la esquina del 900, teníamos otro café hoy ascendido a confitería, después de pasar el teatro Boedo y antes de llegar a San Juan, un café con palco al entrar sobre su izquierda, allí se hacían concursos de cantores, por donde pasaron todos los grandes intérpretes de la música popular de ese entonces, otras veces era animado por discos pasados por una vitrolera y hubo oportunidades en que se vio lucha libre o catch, siendo mujeres las protagonistas, este lugar era la Munich de Boedo, al llegar a San Juan el café El aeroplano, que luego se llamó Nippon, más tarde Canadian y ahora Homero Manzi, en la vereda de los pares siempre al 900 teníamos la sastrería “Los dos petisos” en la esquina de Humberto Primo, que competía con la casa Del Niño Argentino que estaba en la cuadra anterior, siguiendo encontramos la Pizzería La Flor y cruzando San Juan otra pizzería que trabajó allí muchos años. En San Juan al 3500 vereda par prestaba sus servicios un restaurante "Santa Lucía" muy cotizado en el barrio, junto con Pinín y el Emiliano en la calle Carlos Calvo y Boedo ; en Carlos Calvo y Castro El Parmigiano, muy concurrido por gente del turf, en Boedo y San Juan hacia la calle Cochabamba la Confitería La Princesa. Por Boedo al 1000 después del cine El Nilo, la casa de fotografías Fermoselle, entre otras por donde pasamos para la foto de la libreta de enrolamiento.
Médicos : evoco al Dr. José Arce que vivía en
la calle Estados Unidos al 3900, el Dr. Ovidio Senet, en Estados Unidos al 4000
luego al 4300, en la misma calle pero en el 3800 el Dr. Traversaro.
Políticos: el Dr. Castillo vicepresidente del
Dr. Ortiz en Castro Barros al 200, Constantino Barros en Estados Unidos y
Liniers, el Dr. Mosca que se presentó como segundo del Dr. Tamborini en una de
las elecciones.
De la gente de nuestro barrio recuerdo al
Petit Cachafaz, que veíamos pasar con su pañuelo y zapatos con taco angosto, a
Dante Puriccelli el director de la orquesta de los mil ritmos, a los cantores
Lezica, Amadeo Mandarino y también a Valeta el cantor de Feliciano Brunelli.
En
la calle Carlos Calvo al 3600, estaba Fernández Hnos. que se
decían “Los martilleros de la suerte”, que organizaban espectáculos, los
primeros se hicieron en la puerta de su negocio, otra vez en la cortada de San Ignacio
y mas tarde debido a la gran cantidad de gente que reunían, lo hicieron en la
cancha de San Lorenzo de Almagro, animados por Monti, Delfor e Iglesias, seguramente alguno
de mi edad lo recordará.
Se que
me olvido de muchas cosas importantes del barrio, pero no termino esta reseña de recuerdos, sin aclarar, que puse
muchas cosas de la forma de vivir en esos tiempos, porque considero que también
pertenecían a la vida de Boedo.
Señores integrantes de la Junta de Estudios
Históricos del barrio de Boedo quiero hacer llegar a Uds. mi agradecimiento y
reconocimiento por su labor, tengo hermosos recuerdos de mi barrio Boedo y
agradezco a ustedes por permitirme expresarlos.
2 comentarios:
Estimado Emilio; excelente remembranza del Barrio, cargado de detalles y pinturas que ilustran en gran medida la historia del barrio. Yo viví en Boedo entre los años 84 y 94, objetivamente puede ser poco, pero en mi subjetividad han quedado impresos hermosísimos recuerdos, lo sentí mio, el barrio me ha impregnado y a pesar que hace tantos años que vivo muy lejos, a casi 70 km para ser mas preciso, aún conservo su aroma. La nostalgia se apodera de mi al recordar la fisonomía del barrio, la misma que luego de mudarme comprobé que ha ido cambiando, en muchas cosas para bien, como el caso de la Plaza, justo yo que vivía enfrente de la misma, en el edificio de Loria 1139, pero en aquella época, aunque no tan lejana, al transitar las noches se espesaban en negrura, sin embargo no sentía inseguridad al transitar las calles,recuerdo el sonido de la noche del taller de El Tata y El Rápido lavando los vehiculos... casi que de alguna manera eran un compania en mis largas noches de estudio, mate y cigarrillos.. Lo único que aún perdura es el mate... En frente el histórico lavadero de autos con el bar al paso, parada obligada de los choferes de larga distancia entre otros y que era atendido por un joven de nombre Fernando, de ascendencia yugoslava, novio eterno de una chica llamada Rosmi, tenía un teléfono público!! preciado bien entonces y también la característica de servir un trago alcohólico seguido de la expresión: toma tu crotoxina... Al evocar estas lineas quisiera transportarme por un segundo por las adoquinadas calles que transite, recuerdo un restaurante sobre Carlos Calvo casi Boedo, si mal no recuerdo se llamaba "El Emiliano", hace muchos años pase y comprobé que estaba cerrado.. Muchas noches cene ahí en un ambiente familiar, humilde, con porciones abundantes en sencillas mesas. Ahora, algunos restaurantes se parecen a quirófanos, no esta mal por supuesto la higiene, pero también transmiten a veces un frío ascético en la multiplicación de restó-bar, todos iguales, todos preñados de una posmodernidad que por momentos pierden la singularidad, ante tanta homogenizada fachada, iluminación y vajilla..
En su nota recuerda la pizzería La Flor de Boedo, que por otro lado no existe más, y dice que había otra pizzería... Le recuerdo el nombre de la misma, seguramente se trata del Sol Di Nappoli, emblemática pizzeria de San Juan y Boedo, y a mi gusto de las mejores que hubo en buenos aires, en otro sitio de la Web le he dedicado espacio para el recuerdo. Bueno estimado emilio, reitero mis felicitaciones, me gustaría si alguien recuerda los sitios citados que escribiera o aporte más información. Saludos Cordiales
Comparto con emoción sus emotivos recuerdos. Mis viejos iban a bailar al club ATIPAI!!! Él,Pepe, obvio de San Lorenzo! Gracias!
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