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viernes, 13 de abril de 2012

RECUERDOS DEL BARRIO DE BOEDO, MI BARRIO

AUTOR:  Jorge G. Videla)
 Comisario Inspector ® de la Policía Federal Argentina; autor del libro “Vigilantes Bomberos”, recopilación sucinta sobre la actuación de la actual Superintendencia Federal de Bomberos, desde su creación como Compañía de Vigilantes-Bomberos en 1870 hasta el año 1930, en que fue desarmada por disposición de la Revolución del 6 de septiembre de ese año.
Es Presidente de la Comisión de Historiadores Policiales de la Institución.-  

Compartiremos  parte de su historia, el ayer; primitivos pobladores; vecinos típicos y lugares conocidos, antiguos negocios; sus calles y una breve historia policial referida a nuestra música popular y breve  antecedente de la Seccional 10°.-

FISONOMIA HISTORICA

No pretendo bajo ningún concepto, intentar siquiera emular a Heródoto, solo pretendo en lo mejor de los presentes acontecimientos, tratar de evitar que con el tiempo por devenir, los hechos y lugares que se mencionan queden en el olvido de las futuras generaciones de Boedenses.

El Barrio de Boedo lleva el  nombre del distinguido prócer salteño Dr. Mariano Joaquín Boedo (1782-1819), jurisconsulto, diputado por Salta y vicepresidente en el Congreso de Tucumán de 1816.
Es Boedo, desde muchos años, el nombre de una calle, hoy avenida que fue determinado por el Presidente de la Corporación Municipal  D. Torcuato de Alvear, el 6 de marzo de 1882. 
Calle polvorienta que tuvo prolongación con El Camino de las Tropas, hoy Av. Sáenz de acuerdo a la Ordenanza del 27 de noviembre de 1893; terminando esta en el Paso de Burgos, denominado posteriormente Puente Alsina que era de madera inaugurado en 1859, que subsistió hasta 1910 en que se construyó uno de hierro y material en 1939, tipo “colonial” hasta el presente.
Ya existían en esos momentos dos viejos caminos de comunicación comercial, prácticamente para los cuatro rumbos del país, el camino Real de fecha 1663, por disposición del Gobernador José Martínez de Salazar; Camino Principal a Flores,  según plano de  J. M. Manso de 1817 y Federación o Confederación Argentina, denominación con  la que se conoció nuestro país durante los gobiernos del Brigadier Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza por Ley del 13 de junio de 1836, pero dicho nombre fue cambiado por el de Bernardino Rivadavia por Ordenanza del 28 de septiembre de 1897, con circulación de Este a Oeste; y el transversal de Norte a Sur, que después fueron denominados como Medrano, en razón de su proximidad con el arroyo del mismo nombre, que corre hoy entubado bajo la avenida García del Río.
Castro Barros designada así por la Corporación Municipal del 6 de marzo de 1882, en homenaje al sacerdote Pedro Ignacio Castro Barros, (1777-1849), diputado por La Rioja en el Congreso de Tucumán y calle Boedo, toda esta gran zona hasta cerca de 1870 se encontraba en un estado más que rural. En la zona descripta precedentemente corrían tres riachos circunstanciales, que se convertían en los días de copiosas lluvias en arroyos con correntadas que bajaban al encuentro del arroyo Maldonado por las calles Muñiz y Yatay.

El Boedo antiguo, el de las quintas, hornos de ladrillos, tambos lecheros y caminos polvorientos frecuentados por arrieros y jinetes que iban hacia el “centro”, o en busca del Riachuelo. No faltando en estas vías de circulación primitivas, las numerosas pulperías, esos hitos de civilización. 
Una pulpería era un foco de sociabilidad, un aglutinador de pobladores y trabajadores, por eso un elemento de desarrollo civil. También acogía a los que pasaban como reseros en procura de un trago para refrescar el garguero y seguir el duro viaje. En esos sencillos comercios de nuestro cercano campo, con auspicioso palenque, enramada sombreada y algunos árboles, se encontraba casi de todo, un fardo de lana, un rollo de alambre, una bolsa de yerba. Allí se vendía el azúcar “moreno”, la ginebra en botella de barro, la cerveza importada en los pesados recipientes de cerámica, o acaso algún ejemplar del “Martín Fierro”, iniciador de esa vocación boedense por las payadas.

En esas antiguas pulperías era frecuente observar el mostrador defendido por rejas de hierro y el ornato sencillo de los vasos de grueso vidrio, que se llenaban con la gustosa caña de La Habana o de duraznos y también los gastados naipes españoles sobre las mesas de dura madera y sillas del mismo material.

Muchas veces esos sitios eran linderos con la provincia y entonces cuando la bebida había realizado su trabajo en el interior de los cuerpos y se encendían los ánimos, se llegaba al cruce de los filosos facones o cuchillos que hábilmente esgrimían estos señores, en conocidos duelos criollos que tomaron las leyendas, para crear temas para un circo inicial, milongas o cantos de payadores, no exento todo esto de la intervención de la partida policial.

ANTES DE FINALIZAR EL SIGLO XIX.

En 1887, el primer censo urbano reveló que nuestra ciudad tenía 433.375 habitantes, y además de varios adelantos edilicios contaba con cuatro líneas de ferrocarril y dos líneas de tranvías. Por Ley 2089, anexaron a la Capital los partidos de San José de Flores y Belgrano, y se marcó el Boulevard de Circunvalación la hoy Avenida General Paz que pasó a ser límite definitivo con la Provincia de Buenos Aires.

Definitivamente la calle Boedo y sus prolongaciones tanto para el sur como para el norte había concluido de ser el límite conocido extraoficialmente de la ciudad de Buenos Aires, otros tiempos llegarían, con la prolongación de las líneas de tranvías, el loteo de chacras, la instalación de la luz de gas y posteriormente del fluido eléctrico. Pero debemos mencionar que las construcciones que se fueron realizando en la zona eran de material, de planta baja, con desagües que daban a la calle, todavía en muchos sectores había pozos de agua, que posteriormente fueron suprimidos; recién se terminaban el empedrado en sectores de algunas calles que serían importantes en el futuro, esto que se estaba formando no tenía nada que ver  con lo que se llamaba el Pueblo de las Ranas, construcciones mixtas, madera y latas de todo tipo que se clavaban una al lado de otra, preludios primitivos de las actuales villas de emergencia, Boedo se elevaría y de eso no cabía ninguna duda, y así lo realizó.


VIEJOS NEGOCIOS

Una conocida pulpería de la zona fue la llamada “Estrella del Sur”, ubicada en las hoy calles Pavón entre Castro Barros y  Colombres, la que con el tiempo pasó a llamarse “Almacén del Gaucho”, que introdujo en la zona la costumbre de repartir comestibles a domicilio utilizando caballos. Este comercio cerró sus puertas en 1912, quedando un tiempo su palenque solitario, en una inútil espera de cabalgaduras.

En la esquina noroeste de Boedo y Méjico estuvo a comienzos del siglo XX, el almacén de los hermanos Brenta, donde se concertaban riñas de gallos, juegos de cartas, taba y otros entretenimientos…con señoras divertidas, también concurrían al lugar cantores, cuarteadores y payadores.

En Independencia y Boedo, en diagonal con la antigua casa del Comisario Ciriaco Cuitiño ubicada en la Av. Independencia 3549, lugar que el hombre fuerte de la Sociedad Popular Restauradora, junto con sus hijos y personal a sus órdenes construyen hornos de ladrillos en la zona a fin de ir desaguando los terrenos para hacer los cultivables; la mencionada casa perduró en pié hasta la década de 1930.

 Existió hasta 1925, también en Independencia y Boedo, una pulpería que ocupaba un derruido edificio y a la que se accedía bajando cinco o seis escalones, por estar debajo del nivel de la calle, existiendo en la puerta de entrada un bebedero para los animales y por supuesto el consabido palenque.

A las pulperías le sucedieron  los almacenes, el avance de los nuevos tiempos, que casi siempre eran esquineros, donde el dueño por lo general era  o un “gallego” o un “tano”, que siempre vivía con su familia y acaso construía un piso alto. Al lado casi siempre se encontraba el clásico “despacho de bebidas”, no faltando por lo general la cancha de bochas; ya en el terreno lindero con la cercanía vocinglera de perros, gallinas y algún jaulón de pájaros.
Debemos reconocer a estos señores el haber facilitado el crecimiento del barrio, cuando la tierra aumentó su valor, y se hizo imperiosa la necesidad de vender algún sector de su propiedad a efecto de aumentar su capital, eliminaron gradualmente lo enumerado precedentemente. 

En la esquina Este de la avenida Independencia, cuando tenía un bulevar de tierra en el medio, y calle Muñiz, todavía esta vigente el muy viejo edificio de planta baja y primer piso, que era desde principios del siglo pasado la “Farmacia Maffia”, cuyo propietario era el farmacéutico Maffia, más conocido por el vecindario como el “Boticario”, ya a principio de 1942 era un hombre mayor con pelo y bigotes blancos, anteojos, siempre de impecable delantal blanco que atendía a todo el mundo y hacía los remedios el mismo como por  ejemplo la “hontura blanca”, que era una especie de leche que se colocaba sobre el pecho y la espalda del enfermo y se frotaba dando mucho calor al mismo, se utilizaba cuando se estaba resfriado, con tos o con una bronquitis, también enseñaba a colocar las famosas “ventosas”, que eran una especie de la parte superior de una copa de vino pero de grueso vidrio, donde se introducía un poco de algodón encendido fuego y se colocaba sobre el pecho o la espalda del enfermo, apagándose de inmediato ya que al no tener oxígeno en su interior por razón que quedaba encerrado entre la piel y el vidrio se producía un súbita inflamación de la piel, quedando marcada la misma con el círculo del vidrio. Esto según las madres y abuela de la época consistía en dilatar la parte bronquial o pulmonar trayendo alivio al enfermo de las vías respiratorias. Había que colocar primero las “ventosas” y después de un tiempo aproximadamente 45 minutos, los masajes con la “hontura blanca”, en razón que la misma tenía en su composición trementina, en mínimo porcentaje pero era peligrosa igual cuando se ponía con las ventosas que tenían fuego en su interior, era la tónica de la época. En su momento fue partero, medio médico, amigo de la gente y hasta a veces regalaba medicamentos a los necesitados del barrio.
En la famosa esquina de San Juan y Boedo, en la del noroeste, se ubicaba la mejor sastrería del barrio, cuyos dueños eran dos españoles de procedencia gallega, cuyos apellidos eran Díaz y Seoane, que poseían una altura baja por lo que llamaron a la tienda “Los dos petizos”, escrito con zeta, así era la vida en esos tiempos.

La familia Machi, tenía una conocida panadería en Independencia y Boedo, ellos mismos molían el trigo y luego fabricaban el pan y los demás ingredientes de sus confituras. Todo en las primeras décadas del siglo XX.


También en nuestro Barrio tuvieron asentamiento algunos mercados y mataderos menores, entre ellos el “Ideal” en Independencia n° 3674/82; el “San Juan” en la avenida del mismo nombre n° 3628, otro de los grandes era el que estaba en la calle Quintino Bocayuba al 900, entre Carlos Calvo y Estados Unidos teniendo una segunda puerta de entrada hacia el pasaje Totoral con la misma numeración; en cuanto a los mataderos particulares ya en 1868 se encontraba el de Santiago del Río, que después de venderse pasó a nombre de Antonio Sambato, que tenía una superficie que abarcaba casi la manzana comprendida por las actuales calles Venezuela, Colombres, Castro Barros y la más tarde Quito. Otro también existía en esos tiempos en la que se sacrificaban ovejas, en la esquina de Boedo y Estados Unidos.


Uno de los grandes talleres gráficos de principios del siglo XX, fue el de Alejando Bianchi y Familia, sito en la calle Quintino Bocayuba al 900, llegaba hasta al mercado que se encontraba a su lado, y tenia el edificio que también daba por el pasaje Totoral, es dable reseñar que este gran taller grafico fue desocupado de sus grandes máquinas y elementos, destinándose posteriormente a depósito de un gran negocio de artículos del hogar ubicado sobre la avenida Boedo entre San Juan y Cochabamba, en la actualidad sus añosas paredes guardan el honor de haber sido un lugar que dio trabajo a numerosos habitantes del barrio. 

Un negocio  que todavía funciona es la antigua bombonería y venta de caramelos, artículos de repostería y especialidades “Salemi”, que todavía tiene en su frente las mismas letras futuristas desde que abrió, ubicado en la calle Carlos Calvo al 3611, casi esquina Boedo.

Debemos recordar a los Talleres Textiles de Cayetano Gerli, en su imponente edificio para la época, ubicados en la calle Tarija entre las calles Colombres y Castro Barros, con una gran cantidad de obreros y empleados, fue un ícono de la industria especializada textil.
Otros viejos negocios que existieron  y entre los cuales podemos mencionar, a la casa de las camisas “NOSOTROS”, ubicado en Boedo 935, “LAS VIOLETAS”,  Boedo 1199, esquina Constitución; “CASA ARMIÑO”, Boedo 881, trajes y ropa en general; “CASA VERONESE”, especialista en toldos y lonas, Carlos Calvo 3963/67 y Bicicletas y Patines de la casa “BROADWAY”, sita en la calle Tarija 4372.

También se escuchaba publicidad sobre los negocios de Boedo por las Radios L.S.6 Del Pueblo, y L.S.4 Radio Porteña, siendo sus operadores Luis Elías Sojit, Horacio Besio, y Bernardino Veiga y el Dr. Emilio Rubio, eran tiempos de radio y nada más.-


ANTIGUOS  POBLADORES

Históricamente debemos reconocer como uno de los primeros pobladores de la zona al Capitán Alonso de Vera, cuyas tierras se iniciaban a poca distancia del Riachuelo de los Navíos, entonces puerto del poblado y llegaban aproximadamente hasta la hoy avenida Pavón.

También el escribano Pedro de Rosas y Acevedo y su esposa María Teresa de Vega adquirieron tierras para su estancia. También Don Domingo Usedo era el dueño de la quinta de “San Francisco” por Pavón y Boedo. En el año 1834, el gobierno del Brigadier don Juan Manuel de Rosas, dispuso se abriera un camino recto por el centro de las quintas del señor Valente hasta la hoy avenida La Plata y que en la actualidad se llama avenida Rivadavia, que se llamó en ese momento Federación, ya mencionada precedentemente.

La observación de los planos de tal época nos permite comprobar la abundancia de quintas y chacras. Muchas de ellas existieron hasta la primera década del siglo XX, debemos reconocer que estas instalaciones constituyeron un avance civilizador en la llanura casi desierta.

Una de las grandes chacras de fines del siglo XIX, en esta zona fue la del Comisario Ciriaco Cuitiño que fue fusilado en el año 1852, después del proceso de la batalla de Caseros (3/2/1852) y sus tierras se extendían desde las hoy aproximadamente Av. Independencia hasta la Av. Garay. Todo ese predio pasó a figurar como de un tal Goitiño, posteriormente pertenecieron a un señor llamado DÁmico, y luego a un italiano de nombre Schiavone.

Otra de las grandes chacras era la del “Inglés”, que se extendía desde la calle Castro Barros hasta cerca de la calle Muñiz, próxima a la primera instalación de la primitiva cancha de San Lorenzo (año 1915); en toda la zona existían límites indefinidos e inciertos, la edificación raleaba rápidamente a medida que se acercaba a la hoy Av. La Plata que se llamaba primitivamente Camino de Gowland, nombre de un conocido rematador de la  zona, hasta  dominar y confundir manzanas enteras entre las que se esbozaban tímidamente las recién abiertas calles de tierra.

PERSONAJES DE NUESTRO BARRIO

Como todos sabemos en cada barrio porteño han surgido y vivido por largos años personajes característicos una veces hombres para la meditación y otros como motivos cómicos. Boedo fue rico en estos vecinos, transeúntes de sus calles, sus cafés, los rincones del lugar, rescataremos del  olvido algunos nombres…

El primero es don Jorge Luis Borges, quien entro a trabajar como auxiliar en la Biblioteca y Hemeroteca “Miguel Cané”, ubicada en la calle Carlos Calvo 4319, en el año 1937, donde cobró mensualmente pesos 210, por seis horas de trabajo diarios. Su labor en la Biblioteca finalizó en 1946, por su oposición al Gobierno de ese tiempo.

El editor, empresario, periodista de izquierda, Don Antonio Zamora, español, de la provincia de Andalucía, dueño de la “Editorial Claridad”, que falleció en 1976.

“Pajarito”, fue un popular lustra botas al que alguna vez vistieron de etiqueta y fotografiaron para publicitar la camisería “El Negro”, que se encontraba al lado del Teatro Boedo.

“El negro Oscar” fue cantante, músico y boxeador. Dormía en los zaguanes o con los gitanos que lo protegían en la esquina de Venezuela y Boedo. Desapareció de los lugares donde frecuentaba por el año 1965, sin saberse como terminó su vida.

“Falucho”, fue un conocido vendedor de diarios, que trabajó casi sesenta años en Boedo entre San Juan y Carlos Calvo. Le decían el “Canillita Dandy” porque vestía con mucha elegancia. Falleció en 1950.

“Francisco”, lustrabotas que durante casi medio siglo trabajó en los cafés del barrio, en especial en el de San Juan y Boedo. Era rengo  y muy respetado por su honradez. Contaba
a sus clientes cuentos en italiano, idioma que dominaba.

“Cuarenta y Ocho”, famoso e inofensivo “atorrante” que viajaba noche y día en los tranvías que recorrían el barrio. Era español de barba abundante, y siempre paseaba gratis, porque lo apreciaban todos los guardas y lo disculpaban los inspectores de las líneas tranviarias.

Otros conocidos por sus sobrenombre fueron, el “Negro Godoy”, “Numerito”, “Miguel Claussi”, “El Ruso”, “Martelli”, “Moyano”, “Petaca”, “Biyi Biyi”, un tal “Perinetti” más conocido por “Gambita” que vivía en la calle Muñiz entre Estados Unidos e Independencia, era un discapacitado de un apierna y especialista en el mangueo de cigarrillos.
El tiempo transcurrido, fue demostrando que todos estos personajes fueron desapareciendo, no dejando muchos de ellos antecedentes de su última situación, que no fue registrada por los vecinos que muchas veces los socorrieron ya que su permanente deambular así lo determinó.

LA ESQUINA POLITICA

Como hemos mencionado precedentemente, el pasaje San Ignacio en su intersección con la Av. Boedo, en la esquina donde funcionaba el ex bar y casa de comidas “Trianón”, estuvo siempre engalanada de banderas partidarias políticas, sobre todo en el período de enero y febrero de 1946, donde se ha visto a políticos subidos a mesas del bar y otros en tarimas, podemos enumerar al Dr. Alfredo L. Palacios por el Partido Socialista; José Penelón del Partido Comunista de la Región Argentina; Rodolfo Ghioldi del Partido Comunista, que estaban exultantes a raíz de haber recobrado la legalidad ese partido, en octubre de 1945; 
los hombres de la Unión Cívica Radical,  Ricardo Balbín y Arturo Frondizi; y la Juventud de la Alianza Libertadora Nacionalista que no los realizaba en esa esquina mencionada sino en la de San Juan y Boedo, donde se encontraba el Banco y allí colocaban adosado a la parte superior de entrada a este, un gran cóndor con sus alas desplegadas y una tribuna con abanderados, en general fueron días de alta tensión barrial, ya que se producían permanente pintadas y fijaciones de carteles, entrega de volantes, etc., que terminaron el día 23 de febrero y el 24 fue la elección, donde ganó por primera vez el dúo Perón-Quijano. Todo esto fue en 1946, ya pasó mucha agua bajo el puente.

EL AVANCE DE LOS SERVICIOS

Fue lento el avance de los servicios primarios para los pobladores de esta gran área de la ciudad que progresivamente se desarrollaba en dirección al Oeste y al Sur, sus calles y no en forma continuada, sino por tramos y por sectores en tiempos de espacios largos, conocieron los tajos de las zanjas destinadas a los caños de la red cloacal, esto se vio en la calle Castro Barros corriendo los días de 1904 y los servicios de aguas corrientes no anduvieron más adelantados.

En febrero de 1879, la Municipalidad ponía en licitación el alumbrado a kerosene de algunas calles, sobre la base de 150 luces. En 1892, el boulevard La Plata desde Rivadavia a Venezuela carecía del más pobre farol a kerosene y son de ese mismo año las numerosas quejas del vecindario levantadas en la vieja Comisaría 10°. Habría de llegar el fin del siglo, para que la iluminación a gas entrara en nuestras calles, provisto este fluido por el gasómetro ubicado en la Avenida Rivadavia y calle Boedo.
Como todos sabemos, la iluminación siguió las etapas conocidas, faroles a kerosene primero y de gas después. En 1903, poseían faroles de gas las calles San Juan , Cochabamba y Treinta y Tres.

Aunque todavía para ese época, no pocas mujeres lavaban sus ropas en algunas lagunas de la vecindad, siendo la más concurridas las de Boedo e Independencia y esta misma y La Plata; eran los tiempos en que el negocio de carbonería se conocía por el trozo de carbón  colgado encima de su puerta y también en que las empresas de servicios fúnebres dejaban ver en su fachada las cabezas de caballo empotradas en la pared.

A la policromía del cuadro callejero concurrían los vendedores ambulantes algunos de “a caballo”, con sus bolsas, tarros y canastos, repartiendo pan, leche, la carne y la verdura. No faltaban en nuestro barrio los corralones donde se guardaban los carros y los caballos y algunos tenían vacas que al amanecer ordeñaban a efectos de salir después a vender tan buena mercadería. Por lo tanto no faltaba en esos lugares el olor del establo con su vaquería, dado que el tambo chico o grande era el negocio común.    

Las calles entre 1895 y 1915, se fueron empedrando, muy paulatinamente, ya que el municipio deba prioridad a las que había determinado que fueran avenidas y a varias de ellas le realizaron un boulevard en su centro y cuando avanzó la instalación de la vías del tranvía eléctrico estas fueron colocadas a los costados del mencionado boulevard, tal los casos de Avenida La Plata que lo tenía desde la calle Venezuela hasta la Avenida San Juan todo arbolado y con bancos de plaza y desde esta ultima Avenida hasta Chiclana, sin parquizar; Avenida Independencia desde Castro Barros hasta Avenida La Plata sin parquizar y desde esta hasta Centenera, hoy Del Barco Centenera, tenía árboles y bancos.  
Otra avenida con esas características era San Juan que tenía el Boulevard desde la calle Castro Barros hasta la Av. La Plata, siendo muy concurrida su dos cuadras desde esta última hasta Mármol ya que en la misma dos veces por semana se desarrollaba una Feria Municipal. 

Aproximadamente cerca de 1937, ante las inundaciones que se producían por las calles Castro, Quintino Bocayuba y Treinta Tres, en su cruce con la Av. San Juan y Calle Carlos Calvo, el Municipio instaló unos puentes giratorios ubicados en la vereda de las calles por donde circulaba el agua, que cruzaban estas calles, eran de hierro con piso de madera y una baranda metálica, cuando se producían estas novedades los vecinos, corrían estos puentes que se unían en el medio de la calle y se cruzaba de vereda a vereda. Finalizada la inundación el puente era tomado por los niños de la vecindad utilizándolos como otro elemento más de sus juegos. Estos puentes duraron hasta los primeros años de la década de 1950.

NUESTROS PASAJES

El barrio de Boedo, es rico en pasajes, esas callejas porteñas tan pintorescas que alternan el típico damero colonial urbano. Eran estrechos callejones hoy son limpias calles donde en otras épocas de fuertes lluvias se transformaban en peligrosos zanjones que albergaban ranas y yuyos los iremos mencionando:

AMBATO, de acuerdo a Ordenanza del 28/10/1904, antes se llamó Dr. Pedro L. Ardut. Nombre de una estribación sur del monte Aconquija en Tucumán.- Este pasaje se encuentra entre las calles Treinta y Tres Orientales y Quintino Bocayuba.-

ANGACO, por Ordenanza del 28/10/1904, antes se denominó San Juan Segunda hasta que se le impuso el nuevo nombre. Combate librado en la provincia de San Juan entre tropas Federales y Unitarios. Esta ubicado entre las calles Treinta y Tres Orientales y Muñiz.-

BIDEGAIN PEDRO, Ordenanza n° 16.474/1960, Boletín Municipal n°  11.425; anteriormente Guandacol por Ordenanza del 27/11/1893. Fue un político que nació, estudió y actuó en Boedo. Fue obrero, llegó a ser Diputado y Presidente del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. El pasaje se llamó Guandacol, nombre de una tribu de aborígenes del noroeste argentino. Se ubica entre las calles Treinta y Tres Orientales y Av. La Plata.-

CABOT, Ordenanza del 27/11/1893, se la menciona Loria Segunda hasta que se le impone el nombre actual.- Se ubica entre las calles Inclán y Pavón.-

IGNACIO SAN, ordenanza del 28/10/1904, primeramente se la conocía como Camio en recuerdo del vecino Lázaro Camio dueño de un horno de pan de la zona. Fue el lugar elegido por los partidos políticos para levantar su tribuna. En este pasaje, se realizó en 1980 la primera Exposición de Esculturas a “cielo abierto”, organizadas por el Rotary Club de Boedo. Está entre la Av. Boedo y calle Colombres.- Reducción de indios guaraníes dirigidos por los sacerdotes Jesuitas en Misiones durante el período hispánico.

PEREYRA, Ordenanza 28/10/1904, no tuvo nombre anterior. Así se llama en recuerdo del vecino Bartolomé Pereyra, quién cedió al Municipio los terrenos necesarios para la apertura de las calle en 1898. Está entre la Av. Pavón y calle Salcedo.-

TOTORAL, Ordenanza del 28/10/1904, antes se llamó Etcheverry hasta su actual nombre. Está entre las calles Carlos Calvo y Estado Unidos.- Recuerda una población de la Provincia de Córdoba. La totora es un vegetal de la región.-


NUESTROS  MEDIOS DE TRANSPORTE

En las diferentes zonas suburbanas de Buenos Aires, el tranvía fue abriendo rutas de comunicación constituyéndose en uno de los principales factores del progreso. De ahí que, desde los primeros tiempos, la explotación de ese medio de transporte contó con empresarios entusiasta, empeñados en obtener la correspondiente concesión. Mencionaré a las líneas de tranvías, ómnibus y colectivos que circularon por el barrio de Boedo con diferentes destinos dentro de la Capital Federal.

El primero de los tranvías que circuló fue el 27, inaugurado en 1905, salía de la Estación Caridad, ubicada en la esquina de Av. Belgrado y Caridad, hoy calle Urquiza y por diferentes calles llegaba hasta Av. La Plata donde estacionaba en la intersección de esta y Av. Chiclana. Esta línea tuvo a partir de 1945, un buen sistema de venta de boletos con combinación con el subterráneo, lo tomaba a lo largo de Av. La Plata y con 15 centavos, se hacía la unión tranvía-subte que podía ser Plaza de Mayo o Primera Junta. Otro tranvía que pasaba por Pedro Goyena y seguía por su continuación Carlos Calvo, tomando San Juan hacia la Plaza Constitución era el 43, que circulaba de  Plaza Flores a la Boca. También el tranvía 48 que venía  de Mataderos, por prácticamente las mismas calles pero al llegar a Boedo, doblaba a la izquierda y tomaba la Av. Independencia hasta el bajo y por Paseo Colón y Leandro N. Alem, terminaba en el Correo Central. Era el medio de locomoción que tomaba para concurrir a la Escuela Normal “Mariano Acosta”, que tenía un cartel muy especial cuando estaba en la escuela primaria, sobre su ventana izquierda tenía un cartel rojo y pintado sobre el mismo la palabra “OBRERO”, ese boleto costaba 15 centavos, y servía para la vuelta, que tenía que ser antes de la 17 y 30 horas, el horario de la venta de este boleto finalizaba aproximadamente entre las 7.30 a 7.45 minutos y como yo entraba a las 8 horas lo tomaba todos los días, después comercializaba el boleto en el interior del Colegio. Cosas de la primaria.
También transitaba el 73 que unía Parque de los Patricios con el Jardín Zoológico, circulando de ida hacia el Norte por Quintino Bocayuba, Gascón y regresaba por Salguero, Colombres siguiendo su ruta hacia el Sur. Otras líneas, eran el 26, el 30, el 44, el 90 tranvías  algunos de ellos que concurrían hasta el cementerio de Chacarita.

Las estaciones de tranvías en la zona eran de varias compañías como la de Federico Lacroze llamada “Tranway Central”, sita en la calle Castro Barros, entre las de Carlos Calvo y Estados Unidos, en la actualidad hay una Escuela pública, esta compañía fue adquirida en su momento por la empresa de capitales ingleses Anglo Argentina. En Boedo entre Estados Unidos e Independencia, en el presente hay una Escuela pública en el lugar donde había una gran estación de tranvías; otra de la Empresa Anglo Argentina en la calle Estados Unidos y Virrey Liniers, en el presente la Plaza “Mariano Boedo”. Debemos recordar que en la época de 1940 todos los transportes capitalinos dependieron  de la famosa “Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires”. 




Los ómnibus también circulaban con números grandes, el 22 circulaba desde Av. Olivera y Directorio a Plaza de Mayo, pasando por Pedro Goyena, Carlos Calvo, Colombres, Av. Belgrano y su regreso era prácticamente el mismo, pertenecía a la Empresa “Mayo”; la línea 17, llamada la “Buenos Aires”, circulaba por la calle Carlos Calvo, Pedro Goyena ida y vuelta teniendo su destino desde Plaza Constitución hasta Villa Real. Por la avenida San Juan circulaban varias compañías de Colectivos las más conocidas la 7, desde Puerto Nuevo a Parque Olivera, la 56 también de Retiro a Mataderos, la 13, después 53 de Constitución a Villa del Parque. Por lo menos así lo registra mi memoria como la de mis parientes.-

NUESTRA MUSICA POPULAR A TRAVES DE LA HISTORIA POLICIAL

Cuando la delincuencia cambia y los esquemas varían, la policía se adapta como un órgano a su función. Y aunque no se recorre más a caballo el arrabal o la periferia de la ciudad, ni se usa casco con un pico o rebenque; ahora se utilizan con eficacia los adelantos electrónicos, la mística es siempre al misma. Es el oficio de todos los días para enfrentar el delito y defender la sociedad. Por eso recreo ciertos vericuetos policiales a fin de dotar e ilustrar a todos, de los pasos que se realizan en función de lo que solicita la Autoridad Judicial de acuerdo a los Código en vigencia.

Como todos sabemos, la Policía legalmente es sólo auxiliar de la Justicia, (asegura la escena del delito (crimen), los rastros dejados por el delincuente, si hay sospechosos, los detiene y en 24/48 horas la Comisaría interventora remite el Sumario (primeras declaraciones, actas, fotografías, planos, etc.,) al Juez de Instrucción en lo Criminal.

El Juzgado consta de un Fiscal para investigar el hecho. Este fiscal, que representa a la Sociedad (en USA, es “el pueblo contra Fulano de Tal), ordena a los Investigadores (La brigada de la Comisaría o la División Homicidios que depende de la Superintendencia Federal de Investigaciones; Policía Científica (Divisiones Balística, Rastros, Estudios Químicos, Huellas Dactilares y de calzado, ADN, pericias grafológicas –escritura, etc., Fotografía Policial (forense), con el Laboratorio Móvil).

Consta asimismo de un Secretario de Juzgado (A cargo de la Secretaría n°  XX, del Juzgado de Instrucción en lo Criminal del Dr. Fula de Tal); finalizaremos diciendo que en todas las Naciones, la Policía es un organismo que por dependencia del Ejecutivo, acopia el mal humor que la Sociedad sienta por éste. NO EXISTEN POLICIAS AUTARQUICAS, O SEA QUE SE MANDEN SOLAS,  excepto en lugares ideales no reales.

La Policía vernácula NO dicta Sentencias; NO da libertades; NO mantiene detenido a nadie sin que el Juez lo disponga, descartando regímenes totalitarios. En la actualidad hay Juicios Orales, Sin Jurados.  
Algunas letras de tango son ejemplo de ese encuentro social y popular donde se encuadran el representante del Orden y la música identificatoria de la ciudad que debe proteger. Pero es sin lugar a dudas a través de las letras de algunos tangos donde veremos que la Policía, para bien de la comunidad y para mal de los forajidos, dejó su impronta en nuestra   música popular y en el cotidiano vivir ciudadano.

¡CUIDADO CON LOS CINCUENTA!, A partir de las primeras partitura con letra nos encontramos en 1906 con el famoso tango ¡CUIDADO CON LOS CINCUENTA! DE Angel Gregorio Villoldo. Alguien ajeno a la música popular podría suponer que este tango se refiere a una edad que se consideraba avanzada para esa época, pero no así. Villondo, a quien se lo llamó el “el papá del tango criollo”, autor de “El Porteñito” y “El Choclo”, además de tipógrafo y cuarteador  fue un cronista de su época a través de sus letras. El título de este tango se refiere a una resolución policial dictada el 28 de diciembre de 1906 por el Jefe de Policía, en la que se exhortaba al cumplimiento de la Ordenanza del 10 de abril de 1889. Con seguridad había nacido la figura que hoy conocemos como “acoso sexual”, ya que dicha disposición estaba dirigida al hombre, el cual debía abstenerse de decir palabras insinuantes, piropos lascivos o ejercer actos injuriantes contra una mujer. La infracción a este mandato estaba penada con una multa de 50 pesos y e allí la advertencia: ¡CUIDADO CON LOS CINCUENTA!. Se expone parte de la letra de este tango: Por la ordenanza tan original
          Un percance le pasó a Pascual;
           anoche, al ver una señora gilí,
           le dijo: “Adiós lucero, divina hirí”
          Al escucharlo se le sulfuró
          y  una bofetada al pobre le dio,
          y se lo llevó el Gallo Policial
         por ofender la moral.

Si bien no es el tema del presente trabajo, estimo que mencionaré solamente algunas letras primitivas de tangos donde siempre se hace mención a la actuación policial como por ejemplo en el Tango “El carretero y el Cochero” letra de Angel Villoldo que es un valioso testimonio de la época de 1900. “Yunta Brava” otro tango de Villoldo con letra de Carlos Pesce y Antonio Polito, está dedicado a la pareja (yunta),  de cadetes de Policía  que por Orden del Día del 17 de noviembre de 1906, recorrían algunos barrios de la ciudad.
El tango “El Cafiso”, de 1918, composición con letra de Florencio Iriarte y música de Juan Canavesi  se cuenta la historia de un “protector de pupilas” en una casa de tolerancia. En su locuacidad el proxeneta alardea con una paliza a sus protegidas si estas no le responde con dinero y que tampoco le teme a la Policía ni a la Justicia.
“Corrientes y Esmeralda”, letra de Celedonio Flores y música de Francisco Pracánico, con expresiones lunfardas se refiere a mujeres dedicadas al comercio del sexo callejero y como trataban de esquivar la mirada atenta del vigilante (hoy Agente) a fin de que no les obstaculizara el trato con algún cliente.
“El Ciruja”, tango de Francisco Marino y Ernesto de la Cruz, estrenado en el café El Nacional en 1926, está dedicado a un marginal de poca monta dedicado especialmente a la punga, y marca muy bien a los policía de Investigaciones o pesquisas que vestían de civil, los cuales eran llamados tiras  en la jerga lunfarda.
La Gayola”, tango con versos de Armando Tagini y música de Rafel Tuegols, fue grabado por Carlos Gardel  en 1927 y por Julio Sosa en 1957, la particularidad de este tango que fue dedicado a un Comisario amigo del autor de nombre Enrique Maldonado
También “Farolito Viejo”, tango de Eneas Riú fue grabado por Carlos Gardel en 1927, en el mismo se cuenta un drama de arrabal donde sus personajes, a raíz de una delación viven las contingencias del apresamiento por parte de policías y luego el encierro carcelario.

Otros son “¡Oiga Agente!” Cantado por Mercedes Simone en 1928; “Sentimiento Malevo”, interpretado por Rosita Quiroga, con letra de Enrique Cadícamo y música de Antonio Buglione; “Como abrazado a un rencor”, Carlos Gardel estrenó este tango en Montevideo por 1930 de Antonio Miguel Podestá y lo volvió a grabar en París un año después. “¡Chorra!” de Enrique Santos Discépolo tango que grabó Carlos Gardel en 1928. También en 1930 Carlos Gardel graba “Viejo Smoking” tango con letra de Celedonio Flores, donde un ex bacán piensa en su pasado a través de su prenda y se contempla a sí mismo. El tango “Hambre”, con letra de Enrique Cadícamo y música de Juan Carlos Cobián, lo popularizó el cantor Carlos José Pérez más conocido como “Charlo” es una partitura risueña de un hombre desvergonzado, hasta que la mujer le pide que se haga pistolero. “Cambalache”, tango de Enrique Santos Discépolo, de 1934, en sus estrofas hace referencia al agente uniformado que portaba un bastón de madera, y lo hace a través de la expresión lunfarda de rey de bastos, por analogía con la figura del naipe español, que tiene un mazo de madera.

Cerrando, debemos recordar al cantor y compositor Leonel Edmundo Rivero (8-6-1911- 18-1-1986), quien era hijo de Don Máximo Aníbal Camilo Rivero, Oficial Inspector de Comunicaciones de nuestra Policía de la Capital, que cumplió servicio en la Comisaría 35° de Belgrano y en la Comisaría 39° de Villa Urquiza, pasando a Retiro en el año 1940. El cantor en su excelente reportaje en la Revista “Mundo Policial” manifestó “Yo quise toda la vida ser policía, pero  mi padre se negó rotundamente. Es muy peligroso –me decía-, pese a lo cual, una vez dado que me gustaba la vida de acción, intenté ingresar a la Gendarmería Nacional, pero me rechazaron. Volviendo a mi padre, siempre lo recuerdo como Inspector en la época en que se recorría a caballo y a veces le llevaba la vianda a la Comisaría donde aprendí mucho del poco lunfa que hoy se”.  

Otro poeta de Buenos Aires Héctor Francisco Gagliardi, apodado “el triste”(29-11-1909 – 19-1-1984), fue agente de la Policía de la Capital desde 1933 a 1939, año en solicité su baja. Según quienes lo conocieron fue el típico vigilante de la esquina, bonachón, cautivador, respetuoso y de merecer respeto. Prestó servicio en la Comisaría 18°. Gagliardi compuso varias canciones y poemas donde daba siempre intervención al agente de la esquina, por ejemplo en el Tango “Medianoche” que compuso en 1933; también en el poema “El bailongo” de su libro “Puñado de Emociones” como así también compuso otro poema del mismo libro denominado “El Vigilante”.

Como punto final recordaremos, que casi todo el peso de la seguridad lo lleva la Comisaría 10°, actualmente en la calle Muñiz 1250, pero que tuvo su inicio por la primera década del siglo XX en la calle Pedro Goyena 157, próximo a un gran galpón que posteriormente fue el cine teatro “Cóndor”, de allí se trasladó a la calle Senillosa 656, por varias décadas hasta su último emplazamiento el 10 de noviembre de 1981.

Muchos años pasaron desde los recuerdos relatados en las páginas anteriores, los cambios son notorios: hoy nos encontramos con calles asfaltadas y adoquinadas, contamos con avenidas importantes, autopistas, luz de mercurio e imponentes edificios. Otra es la fisonomía de estas 200 manzanas de la actual jurisdicción de esta Dependencia, que cubre una gran superficie del nuestro Barrio de Boedo.-  

  
BIBLIOGRAFIA

Academia Nacional de la Historia.- Historia Argentina Contemporánea (1862-1930), Librería El Ateneo.- Bs. As. 1963.-

Anecdotario Policial.- Editorial Policial.- Bs. As. 1941

Historia de la Policía Federal Argentina Tomo VII – Año 1916-1944.- Comisario General  D. Adolfo E. Rodriguez.-

La Federalización de Buenos Aires.- Editorial Sudamericana. Bs. As. 1980.-

“Letras de Tango”.- Selección 1897-1981.- José Gobello.- Centro Editor de Cultura.-

“Manual Histórico Geográfico del Barrio de Boedo”.- Aníbal Lomba y Alicia N. Rodriguez.- Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo.- Año 1988.-

“Manzi Homero y su tiempo”.- Horacio Salas.- Javier Vergara Editor.-Bs. As. 2001.-

Romay, Francisco L. “Alcaraz un buen servidor de la vieja Policía Porteña”.- Editorial Policial año 1944.-


Nuestra relación personal con el pasado se da a través de la memoria, que es aquella capacidad por la cual recordamos lo sucedido desde nuestra  objetividad”.- JGV.-

jueves, 12 de abril de 2012

LEÓNIDAS BARLETTA

        AUTOR : Horacio Di Giuseppe





                                       Leónidas Barletta
             (30 agosto 1902) - (15 marzo 1975)




Es imposible intentar una cronología de notables del arte y las letras argentinas, y de Boedo en particular, sin destacar la obra de Leónidas Barletta.
Escritor, poeta, periodista, político, director teatral y cinematográfico, nació en esta Capital, en una casona de Libertad y Arenales ( “casa pobre de barrio rico”
expresaría él” ), un 30 de agosto de 1902 y desde muy joven se identifica con el comunismo militante, que junto al anarquismo, integrarían el proletariado urbano de raíces inmigratorias, alimentando a la literatura social sustentada en un individualismo anárquico – valga la redundancia -  que, aunque resulte paradójico, ejercitaba a la vez una abstracción ideológica unida a un acentuado romanticismo, característica común a casi todos sus cultores y adherentes.

Junto a Elias Castelnuovo y Nicolás Olivari, se constituye en entusiasta impulsor de grupo Boedo y, sin utilizar la efusividad combativa del primero, hace una firme expresión de su actitud solidaria con los desposeídos, con una clara definición del  compromiso social que reitera a través de todos sus trabajos.

A comienzos de 1924, junto a Castelnuovo y Lorenzo Stanchina, edita la revista
“Dínamo” desde la que nuestro recordado de hoy, ataca violentamente una publicación de Lugones que se hallaba en las antípodas ideológicas y literarias de Barletta. De efímera vida, “Dínamo” da paso a “Extrema Izquierda” que publicaría dos números solamente y desde sus páginas, pasa a ser Alvaro Yunque el duramente criticado, a pesar de estar cerca de su ideario, aunque no tan cerca de su estilo, pero tan brillante como él en las letras.

Al dejar de publicarse “Extrema Izquierda”, Barletta, Castelnuovo, Mariani y todo un grupo de jóvenes escritores, se refugian en Boedo 837, donde Antonio Zamora y su Editorial Claridad, publicaba los exitosos cuadernillos “Los Pensadores” y desde allí hacen notar la influencia de un estilo que acentúa el brillo de la publicación.



Ya a mediados de 1924, el grupo Boedo cobra total cohesión, lo que se advierte en el logro de “Los Pensadores” que, con gran demanda de lectores, llega al número 100 en noviembre de dicho año, motivando sendas columnas alusivas de Barletta y Zamora, expresando su orgullosa satisfacción.
Poco tiempo después, se produce la deserción de Nicolas Olivari para pasarse al grupo Florida, lo que provoca la furia de nuestro recordado de hoy, quien junto a Castelnuovo, fustigan duramente al desertor negándole públicamente “toda calidad poética”. Y no era para menos.  Olivari, poco tiempo antes, se había declarado adversario decidido de la poesía de vanguardia “porque no la entendía” y luego de su cambio de frente literario (permítaseme la licencia), pasa a ejercitar un estilo vanguardista con influencias francesas (del poeta Jules Laforgue) y la de los hermanos González Tuñón en su temática porteña.
Como nota de color, diremos que para ese entonces, Antonio Zamora con el incentivo de Castelnuovo, hizo colocar un letrero en la puerta de le editorial que rezaba: “Boedo contra Florida”.                                                       

De las múltiples facetas de nuestro recordado, en el ámbito cultural y artístico (incluyendo el literario que citaremos luego), el teatro ocupó un lugar preponderante entre las formas de expresar su arte, a punto tal, que la Fundación Cultural Universitaria Nacional, instituyó su lauro mayor como Premio Leónidas Barletta.
Cabe mencionar ahora que, a comienzos de 1931, el Teatro del Pueblo, su creación de fines de 1930, recaló en un pequeño local del 465 de la aún Corrientes angosta. A pocos metros allí, existía una lechería, refugio de amigos, actores y poetas autodenominado “grupo claridad” (así, con minúscula),  que juntaban sus sueños y esperanzas bajo la inspiración de Henri Barbuse. Integraban las reuniones: el querido Barletta, Luis Ordaz, José Rodríguez Itoíz, Joaquín Pérez Fernández, Pascual Nacaratti, Juan Eresky, Hugo D´Evieri, Facio Hebécquer, Abraham Vigo, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo, entre otros grandes.



Esa lechería y la identidad de amigos e ideales comunes, facilitaban el contacto y el afecto con el Teatro del Pueblo y con su guía y creador que se instalaba en la puerta del mismo, agitando una enorme campana de bronce, mientras promocionaba a grandes voces las obras, provocando el interés, cuando no el susto de los transeúntes, que se alejaban rápidos y presurosos ante semejante estrépito desde la vereda donde el “mancebo compañero” – como lo llamaba Roberto Arlt -,  invitaba a asistir al espectáculo por veinte centavos, precio que si era cuestionado, motivaba a Barletta a tomar del brazo al caminante y, amistosamente, introducirlo gratuitamente al cuchitril con ilusiones de teatro.

El grupo mencionado,  tan  identificado con el Teatro del Pueblo, logra con más  esfuerzo y entusiasmo que medios, editar un periódico bautizado “fibra” – con minúscula - , en el que Luis Ordaz exalta la tarea del elenco en un artículo titulado “Arte y Voluntad”. En el segundo número, aparece una nota de Leónidas Barletta bajo el rótulo “El arte y nuestras ideas sociales”.
Paralelamente, en el pequeño tablado, se montaban obras del nivel de “Mientras dan las seis”, de los poetas Eduardo González Lanuza y Amado Villar; “Títeres de pies ligeros”, de Ezequiel Martínez Estrada; hasta “El humillado”, de Roberto Arlt ( teatralización de un capítulo de su novela “Los siete locos” ); “Temístocles en Salamina”, sátira política de Román Gómez Masía, todos autores argentinos.

No menos lucido y elevado fue el repertorio universal de todos los tiempos. Así fue que se escenificaron: “Aulularia” del latino Plauto; “Los bastidores del alma”,
del ruso Nicolás Evréinov, e “Intimidad” del francés Pellerin;  “El horroroso crimen de Peñaranda del Campo”, del español Pío Baroja y el “Emperador Jones”, del norteamericano Eugenio O´Neill. Lo enumerado, es sólo parte de lo que el entusiasmo, la vocación, la capacidad y la conducción de Barletta, realizó para difundir la cultura a través del teatro, ante el descreimiento de algunos críticos, Sandro Piantanida entre ellos, quien en 1925 negaba capacidad a nuestros actores y directores para la puesta en escena de autores clásicos por “ no existir en este medio – manifestaba – idoneidad actoral y de                                      dirección”. Barletta y su Teatro del Pueblo, colmó salas con lo mejor, desde Sófocles y Plauto hasta Shakespeare.

Mientras Barletta, Castelnuovo, Arlt y el grupo Boedo todo, luchaban por un teatro popular, los integrantes del grupo Florida, rebeldes en estética, se definían como una vanguardia literaria, negándole a Boedo condiciones que el tiempo y las obras desmentirían por sus exitosas realizaciones y el hecho de intercambiarse integrantes  que abrevaban en ambas fuentes de cultura enriqueciendo su intelecto.  Hubo una etapa, en la que llegó a negarse el conflicto entre los grupos. Pero esa es otra historia y no el objeto de esta semblanza. Sólo agregamos que, para nosotros – y sin asignarle graves contornos – el disenso existió y debidamente fundado.

Una de las luchas más arduas llevadas a cabo por nuestro escritor, fue su tenaz tarea por lograr la organización de teatros experimentales de avanzada en nuestro medio.

En 1927, comienzan a aparecer en Buenos Aires, los textos en los que se detallan las experiencias con el nuevo teatro. Así llegan desde Europa, con el rótulo de Teatro Libre, Teatro Independiente, Teatro Político, Teatro de Arte, las obras de Antoine, Lugné – Poé, Jacques Copeau desde Francia; Bragaglia desde Italia; Otto Braham desde Alemania; Stanislawsky desde Rusia. Todos, luchando en distintos planos por construir un nuevo teatro.
Promediando el año 1927,  Leónidas Barletta se reúne con el crítico teatral del diario “La Vanguardia” Octavio Palazzolo, y junto a Alvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Facio Hebécquer y Abraham Vigo, forman el grupo Teatro Libre.
Poco después, se va Palazzolo y el resto crea, en 1928, el Teatro Experimental Argentino  con Barletta como secretario y dicha sigla TEA, se aclara, define “el propósito de alumbrar una nueva etapa escénica de genuina rebeldía” y así lo expresa.

TEA, concreta la puesta en escena del drama antibélico “El nombre de Cristo”, de Elías Castelnuovo con escenografía de Abraham Vigo, promocionándose “Odio” de Barletta, con decorados de Facio Hebécquer que no llega a estrenarse por la disolución del grupo.

Van surgiendo, a instancias de nuestro autor, nuevos elencos.
En la biblioteca Anatole France, nace en 1929, “La Mosca Blanca”, con Hugo D´Evieri y Pascual Nacaratti. De este grupo se desprende “EL Tábano” (Laboratorio de Teatro) que convoca a Barletta y a Joaquín Pérez Fernández.
Por fin, al desaparecer “El Tábano”, nuestro director crea el Teatro del Pueblo, el 30 de noviembre de 1930, como “agrupación al servicio del arte” y toma como lema la frase de Goethe: “Avanzar sin prisa y sin pausa, como la estrella”. El pequeño escenario de Corrientes 465, lo ve al frente de la agrupación como poeta interpretando “Canciones agrias” (publicado en 1924) y como narrador, no exento de ternura, en “Vientos trágicos”, “Vidas perdidas”, “Los pobres”, obras en las que exhibe claramente su actitud ante el ser humano y                                          define su perfil literario, demostrando se condición de director experimentado y eximio maestro de orientación vocacional.



Jamás dejó nada librado a la improvisación. Aún cuando la revolución de 1930 quebró el curso institucional del país, Barletta expresó que continuaría su tarea
Para realizar “experiencias de teatro moderno para salvar el envilecido arte teatral y llevar a las masas el arte general, con el propósito de propender a la elevación cultural de nuestro pueblo. Ir al teatro en Buenos Aires, no es una fiesta del espíritu como cualquier ejercicio intelectual. Es, cuando mucho, una fiesta de bajos instintos”.
Se proponía neutralizar con obras de incuestionable calidad, la tónica comercial que copaba los teatros de esta Capital. Y planteaba tres principios básicos de su acción: independencia de los empresarios, de las estrellas y astros del momento y del monto de la taquilla. Ratificaba lo expuesto con una palabra que gustaba repetir para enfatizar toda tarea: Conducta.

A pesar de su predilección por el drama (escribió una decena de piezas del género), llegó a postergar su puesta en escena, para permitir que otros colegas hicieran lo propio porque “esperaban su turno” en el teatro que él dirigía.
Y no las proponía a otros elencos, para no herir la sensibilidad de sus actores.
Desde el Teatro del Pueblo, fueron naciendo nuevos grupos como “La Máscara”, bajo la conducción de Ricardo Passano ; el “Juan B. Justo”, dirigido por Enrique Atilda y tantos otros que trascendieron el país llevando la simiente a Chile, Uruguay, Paraguay, Perú y Bolivia.

Las obras más elevadas de la dramática universal, desde los griegos a los contemporáneos, llegaron al escenario bajo la dirección de Barletta que, además, invitaba a actores, poetas y narradores nacionales a convertirse en autores, lo que se cumplió en el caso de Luis Cané, Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari y en particular con Roberto Arlt, por quien nuestro director sentía un gran  y manifiesto afecto, sentimiento recíproco que Arlt, con su talento y sus obras marcó como una revolución renovadora en la escena nacional.

Buenos Aires fue testigo de las representaciones al aire libre al impulso del Teatro del Pueblo, estrenándose en una isla de los lagos de Palermo, “Myrta” poema teatralizado de Juan Pedro Calou y en un pequeño escenario barrial, “La isla desierta” de Roberto Arlt.

Del pequeño teatrillo de Corrientes 465, con telón de arpillera y ciento veinte precarios bancos de madera, pasa a Carlos Pellegrini 340, sede del llamado “Teatro Polémico”, luego a Corrientes 1741, denominado “Corral de la Pacheca”, donde en un enorme patio se escenificó “Juan Moreira”, de Gutiérrez
y por fin, a la sala de Corrientes 1530, que en 1937 se llamó Teatro del Pueblo y anteriormente Corrientes y Nuevo respectivamente, con capacidad para 1550 espectadores.
                                                         
                                                     Por allí pasaron los más notables espectáculos teatrales. Conciertos, conferencias, elencos de danzas y exposiciones de arte, con el mayor éxito de público que agotaba las localidades permanentemente.
En una de las dependencias del teatro, se editaban obras de autores nacionales y la revista “Conducta”, obviamente, bajo la tutela de Leónidas Barletta.

Producida la revolución de 1943, el Municipio de la Capital ordena el desalojo del Maestro y su elenco, cambiando el nombre del teatro por el de Teatro Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, para luego proceder a su demolición, construyéndose en un predio mucho mayor, el Teatro General San Martín tal como hoy lo conocemos.

Es de destacar, la defensa que Barletta y su gente hicieron de su teatro, parapetándose en su interior, hasta que policías y bomberos forzaron el vergonzante desalojo. Una larga fila de camiones municipales cargó los trajes, muebles, focos, cuadros y libros, como si se tratara de desperdicios. Pero nuestro querido director, no era hombre de entregarse fácilmente y con su elenco, se ubicó en el subsuelo del edificio de Diagonal Norte 943, donde un pequeño cartel rezaba: Teatro del Pueblo. Luego de la partida definitiva del Maestro, pasaría a llamarse, y no podría haber sido de otro modo, Teatro de la Campana.

Antes de finalizar esta semblanza, es imprescindible destacar al menos, una parte de la extensa y muy valiosa producción  con que Leónidas Barletta enriqueció, las letras y el teatro, a lo largo de su brillante y prolífica trayectoria que superó largamente el medio siglo.
Así es que lo citamos dirigiendo las revistas  “Dínamo”, “Propósitos” y “Conducta”.
Publicó además, las siguientes obras:

  1: Cuentos realistas (Cuentos – 1923)
  2: Canciones agrias (Poemas – 1923)
  3: Vientos trágicos (Novela – 1924)
  4: María Fernanda (Novela – 1924)
  5: Los Pobres (Cuentos – 1925). Volumen de la colección Los Nuevos que          
      publicó la editorial Claridad entre 1924 y 1928 – 10 tomos -.
  6: Vidas perdidas (Novela – 1926)
  7: Royal Circo (Novela – 1927)
  8: El amor en la vida y en la obra de Juan Pedro Calou (Ensayo – 1928)
  9: Odio (Obra de teatro dramática – 1931)
10: La ciudad de un hombre (1943 – Novela)
11: El barco en la botella (Novela – 1945)
12: La edad de trapo (farsa satírica – 1956)
13: De espaldas a la luna (Novela – 1964)

Obras testimoniales y didácticas:
 
                                                 
1: Viejo y nuevo teatro (1956)
2: Manual del actor (1961)
3: Manual del director (1969)

Parecería que el idioma se hace pequeño, cuando de definir a un prócer se trata. Quizá por eso fue necesario y justo que Leónidas Barletta tuviera los muchos biógrafos que exaltaron al amigo, al político, al periodista, al escritor, poeta y dramaturgo. Pero todos, sin excepción, pusieron énfasis en el hombre.
Ese hombre con “cara de luna llena y su gesto de bonanza, duro, generoso, violento y reflexivo”, como lo citara Luis Ordaz. Ese hombre que por más de cincuenta años puso su vida al servicio del arte, regido por la palabra que solía repetir y que significaba  todo para él: conducta. Ese hombre “fundador mitológico del teatro independiente argentino”, tal la definición de Onofre Lovero, otro luchador y baluarte de nuestra escena. Ese hombre que a su vida ejemplar, agrega una formación intelectual y humana ligada totalmente a esa raíz barrial que nos colma de emocionado orgullo.
Estamos seguros, estará oyendo desde un tablado celeste, al son de su enorme campana de bronce, las palabras con que le expresamos al Maestro el recuerdo agradecido y la permanente admiración por su obra que nació, creció y se proyectó al país y al mundo, partiendo desde este, su y nuestro querido Boedo, que hoy y aquí lo reverencia.