Autor: Luis F. Biggio
Veredas que yo pisé…
Nací el 15 de Diciembre de 1947 en el barrio
Boedo.
Mi infancia transcurrió, según reflexiono a
la distancia, en un agradable ambiente entornado por veredas arboladas, casitas
bajas y calles empedradas. Entonces, el escaso tránsito motorizado que se
acentuaba en las avenidas, todavía con los “refugios” dividiendo las don manos,
permitía que las calles hicieran las veces de grandes patios para el deleite de
los chicos y el regocijo de los grandes que se juntaban alrededor del frente de
alguna casa o negocio de la cuadra para comentar los temas de actualidad.
El hecho de ser el “hijo de”, daba una chapa
especial que en ocasiones beneficiaba y en otras perjudicaba debido a la rápida
identificación ante alguna travesura infantil…”fue el hijo del ferretero”… se
escuchaba lapidaria la acusación de alguna vecina a la que la pelota PULPO de
goma le había roto alguna maceta del jardín o en el peor de los casos, el vidrio
de las puertas o ventanas luego de una “volea” que llevaba como destino el arco
formado por el escaso metro y medio distante entre el árbol de la vereda y el
frente de la casa elegida como límite del improvisado campo de juego.
Aquellos partidos tenían un sabor especial,
se desarrollaban los domingos, generalmente entre las 10 y 12 de la mañana y el
preparativo durante la semana era todo un suceso. El comentario con los líderes
del grupo sobre a quienes elegir, ganado en el derecho a “primerear” luego de aquella
modalidad de la pisada, que consistía en enfrentarse en línea recta
aproximadamente a unos tres metros y juntarse en el punto central dando cada
uno un paso a la vez. El que al llegar pisaba al otro, elegía primero. Método
no tan expeditivo como la moneda al aire, pero mucho más pintoresco.
Los improvisados arcos estaban situados en
diagonal, es decir uno en cada vereda y el juego se desarrollaba sobre las
mismas y desde luego, sobre la calle empedrada. Las reglas eran claras: pelota
que entraba en algún jardín o zaguán, estaba “afuera” y correspondía saque de
costado con las manos. El juego se detenía si interfería algún extraño, al
grito de “gente” o “auto”. Si alguien detectaba la moto, el móvil o simplemente
la presencia física del policía gritaban “la cana”. Entonces quien estaba en
posesión de la pelota la tomaba y comenzaba el gran desbande, no fuera cosa que
algún padre tuviera que retirarla de la seccional 10º, lo que ocasionaba no
pocos reproches.
La calle fue sin dudas el lugar donde se aprendía
a dominar la pelota. Trasladarla entre el desparejo empedrado resultaba todo un
desafío. Levantarla con el empeine desde la parte inferior del cordón hacia la
vereda era una habilidad común entre los pibes del barrio y el cabezazo era
fácil de lograr porque la elasticidad de la pelota de goma era apta para
practicarlo sin temor.
Y la fiesta era completa cuando se lograba
“un desafío” contra la barra de manzanas vecinas. Allí se formaba un
“seleccionado” y ganar esos partidos resultaba todo un orgullo que duraba hasta
“la revancha”.
Malevos que ya no son…
Roberto Losada fue un personaje que bien
podría haber surgido de la pluma de Jorge Luis Borges o de la imaginación de
cualquier escritor que recopilara las andanzas de los guapos del Buenos Aires
de principio de siglo, pero lo cierto es que existió. Tuve oportunidad de
conocerlo y fue entre los años de mi infancia y entrada a la adolescencia, es
decir 1952 a 1960 aproximadamente.
Era distribuidor de diarios y revistas y como
tal, poseía una camioneta de esas clásicas que reparten aquel material entre
los kioscos.
Vivía en la Av. Independencia 4188 / 90 con
su esposa y sus dos hijos, uno de los cuales – el varón – era discapacitado.
Compartía la misma casa, que al frente presentaba un taller mecánico, con
Julián su cuñado, que atendía ese negocio.
Roberto era hincha de Racing y como tal,
amigo de mi padre que por la afinidad de divisa futbolera y vecindad de
locaciones, mantenía prolongadas y animadas conversaciones tanto al pasar
frente a la ferretería como, ocasionalmente, en el bar y restaurante que estaba
en la ochava opuesta, cruzando José Mármol.
Ese lugar que estaba regenteado por el
boxeador Antonio Lucero (Kid Cachetada), era el epicentro de las reuniones de
los hombres del barrio que se juntaban para hablar de fútbol, carreras de
autos, boxeo o política y que, según la hora del día, eran consumidores de
café, vermut con ingredientes o comidas. En este último caso, la fisonomía del
lugar con su salón aledaño, adquiría el aspecto de “fonda”.
Roberto Losada era muy amigo de sus amigos,
pero poseía una característica muy especial, cuando algo lo sacaba de sus
cabales, se iba rápidamente a las manos. Y era de manos pesadas. Tenía fama de
guapo… de aquellos de no aflojar…En su camión solíamos ir, con mi padre y otros
amigos, a la cancha de Racing o al Luna Park cuando se presentaba el “Crédito
del barrio” Oscar Acefe, un boxeador categoría mediano que habitualmente
asistía al café a charlar con los parroquianos y con su colega Kid Cachetada.
En cierta ocasión, el ambiente de ese café se
conmocionó deportivamente porque a Acefe le homologaron la posibilidad de
pelear con José María Gatica. Fue durante el mes previo, la conversación
obligada y cada vez que Acefe se acercaba al lugar lo inundaban de preguntas
sobre su estado físico y preparación para aquel combate. Él respondía que se
estaba preparando como nunca para vencer al “Mono” y como solía suceder,
comenzó a correr el dinero en apuestas.
Losada a la vez de estimularlo, le decía una
y otra vez si podía apostar a su favor con confianza, recibiendo siempre
efusivas respuestas afirmativas: “El Mono viene en declive”…”anda con todas las
minas que lo van a buscar al Luna y se entrena poco y sin fuerzas”…, comentaba
con total convicción Acefe. Y Losada apostó fuerte…muy fuerte…
La semana previa a esa pelea presentaba
ambiente festivo en el barrio. Se colocaron pasacalles y carteles invitando a
acompañar y alentar a Acefe.
Ese sábado mi padre cerró tarde la ferretería
ultimando los detalles para ir en el camión de Roberto al Luna Park. Había
prometido llevarme y me entusiasmaba la posibilidad del pequeño deleite de
comer panchos y tomar Bidú en los altos de la tribuna popular percibiendo desde
allí todo el clima.
El combate, recuerdo, era de trámite
totalmente favorable a Acefe. El “Mono” estaba realmente desdibujado y a merced
de su contrincante algo más joven y, teóricamente, con sed de fama. Inclusive,
en un round, lo tuvo al borde del knock-out. Sonó la campana y cada uno a su
rincón, Acefe parecía ajeno a todo el aliento de sus seguidores, que no eran
pocos.
Pasó el minuto, sonó la campana y sucedió lo
imprevisto… o estaba previsto?...Se colocaron frente a frente en el centro del
ring y en guardia, Acefe inclinó su torso hacia adelante, algo agazapado y se
quedó inmóvil un instante, hizo un gesto de dolor se tomó la cintura, todavía
doblado. Gatica lo miró como sorprendido y el referee autorizó seguir con un
gesto afirmativo, el “Mono” tiró su derecha sin demasiada convicción y Acefe
cayó, quejándose más de su cintura que del golpe recibido. Gritos, insultos,
monedas y amenazas verbales acompañaron a Acefe y sus colaboradores a los
vestuarios.
La vuelta al barrio fue de ambiente denso. La
desconcentración en la esquina de Independencia y José Mármol fue muy lenta y
cargada de broncas. Allí quedaban los pasacalles y carteles frente al
desanimado ambiente del bar. Los comentarios de la semana eran coincidentes:
Acefe se había “vendido”, decían los más. Había apostado en su contra, decían
los menos. Cualquiera hubiese sido el motivo, la derrota no había tenido
transparencia.
Losada estaba indignadísimo y cada día
preguntaba en el bar por Acefe. Este, durante 15 a 20 días no apareció por
allí, hasta que, creído que las aguas se habían calmado, retornó como pasajero trasero
en una moto, portando un grueso corsé de yeso que le cubría desde la línea de
las axilas hasta la cintura. Enseguida se corrió la voz sobre su presencia y
Losada no tardó en llegar. Desafiante, le recriminó haberse “entregado” por un
puñado de pesos, Acefe aseguraba que su lesión de columna era cierta y mostraba
insistentemente el corsé. La discusión se tornó áspera y Losada fue
terminante:…”en cuanto te saquen el corsé, te las vas a ver conmigo y te voy a
hacer pagar el dinero que me hiciste perder”…
Oscar Acefe no volvió al ring ni al bar de
Independencia y Mármol. Tiempo después, la gente se enteró que había comprado
una rotisería en las inmediaciones de Yerbal y Río de Janeiro (Caballito) y se
había casado con una muchacha de dudosos antecedentes morales.
En otra ocasión, saliendo de la cancha de
Racing, Losada al volante de su camión tuvo un entredicho con un agente de
policía por triviales temas de tránsito y estacionamiento. La discusión fue “in
crescendo” hasta que, desafiante, le dijo al uniformado:…”que con un arma,
cualquiera se hacía el guapo”…El policía quizá inexperto y herido en su amor
propio, dejó la pistolera sobre el capot del camión y no le fue bien. Recibió
un par de golpes y desde el suelo, vio como le arrojaban su pistolera y se alejaba
a bordo del camión.
“A cada chancho le llega su San Martín”,
decía un viejo refrán y a Roberto Losada le llegó…
Nunca se supo bien si las causas fueron
asuntos de juego, polleras o intereses laborales. La crónica judicial lo habrá
aclarado en su momento. La crónica barrial se ajustó a lo acontecido esa
madrugada:
Alrededor de las 3 de la mañana, Roberto
recibió un mensaje telefónico y el peor de los insultos que le podían proferir…”hijo
de p…, si sos tan guapo, te espero en quince minutos frente a lo de Cerrutti”…
El dueño de esas palabras sabía que Losada
tenía como única y temible arma a sus puños y en ellos confiaba. Su cuñado
Julián también lo sabía pero como aparentemente sabía quién lo había llamado,
trató de persuadirlo:…”no vayas Roberto, ése es un pesado y peligroso… al menos
dejá que te acompañe”…
Losada no era de “arrugar” y salió solo.
Julián no se quedó tranquilo; tomó un revolver que tenía en el taller y lo
siguió a 50 o 60 metros de distancia.
Cerrutti era una agencia autorizada de IKA que
estaba en Juan Bautista Alberdi entre Av. La Plata y Senillosa, vereda impar
sobre la mitad de la cuadra, es decir que había poco más de 250 metros desde la
casa de Losada.
El dueño de aquella desafiante llamada sabía
que ante tal desafío, Roberto asistiría y también lo conocía de sobra para
dejarlo aproximarse a menos de 3 o 4 pasos de distancia. Había urdido un plan
de distracción teniendo como aliada a una mujer a quien envió al verlo
acercarse, escondiéndose a su vez
amparado por la oscuridad y las sombras, detrás de un árbol.
Losada, al verla, le preguntó por el hombre,
este , arma en mano, salió de su escondite y disparó dos balazos al pecho de
Roberto, Julián, que había contemplado la escena y ya venía corriendo, disparó
a su vez contra el hombre, que cayó en un charco de sangre.
Losada, haciendo caso omiso a su cuñado que
le pedía tranquilidad y que se quedara en el suelo, incorporándose
trabajosamente paró un colectivo de la línea 226 (actualmente 56) que hacía su
recorrido por Independencia, J.B. Alberdi y doblaba en Senillosa y le dijo al
chofer :…”hermano, llevame al Bosch(actualmente Hospital del Quemado) que estoy
herido”… Al pasar frente a la Seccional 10ª,(Senillosa 650) avisaron a la
policía y Losada, que seguía moviéndose inquieto en el colectivo, murió al
llegar al hospital, distante apenas 4 cuadras de la comisaría. Julián, por
aquella muerte, estuvo detenido en Devoto alrededor de 2 años.
San Juan y Boedo antiguo…
Todo aquel vecino que hoy viva en Boedo y
oscile entre los 30 / 35 años de edad o aquel que transite la arteria principal
desde Independencia hasta Cochabamba o Constitución e incluya 2 o 3 cuadras a
cada lado de esta avenida o de la Av. San Juan o la misma Carlos Calvo,
difícilmente podrán imaginar que en esa relativamente pequeña zona pudieran
existir y convivir tantos locales dedicados a la difusión de películas y obras
teatrales.
Solamente ubicándose en una época en la que
durante décadas el único entretenimiento hogareño era la radio, que incentivaba
la imaginación más o menos fértil del oyente y que luego sentía la lógica
curiosidad de conocer la fisonomía de aquellos rostros anónimos y agregando que
a partir de los últimos años de la década del ‘50 la televisión ingresó
paulatinamente en los hogares, acentuándose tal tendencia hacia fines de los
’60 con la proliferación de canales de aire (las antenas también cambiaron la
geografía en las terrazas); la llegada de las video películas hogareñas a
mediados de los ’80 y como golpe letal la impresionante proliferación de canales
por cable, resulta suficiente explicación a la desaparición de aquellos cines y
teatros barriales.
Boedo fue sin dudas precursor en calidad y
cantidad de ese tipo de locales y bastará dar un repaso somero para confirmar
esas afirmaciones.
CINES
Alegría
Boedo
875
Gral.
Mitre – Moderno Boedo 937 / 39
Los
Andes Boedo 777
Gran
Cine Cuyo Boedo 858
Gran
San Juan – Select San Juan San
Juan 3244 / 46
Del
Plata Av. La
Plata y Carlos Calvo
Bristol Independencia
3618 / 22
El
Nilo Boedo
1063
San
Antonio Independencia
4053
TEATROS
Haciendo
la observación que varios de los cines mencionados cumplían la doble
función debido a la generosidad de sus escenarios, también existieron en Boedo
locales dedicados al teatro que fueron también en algún momento cines.
Teatro
Boedo Boedo 949
Teatro
América Boedo 819
Sociedad
Tipográfica Bonaerense San Juan
3244 / 46
Para comprender la dimensión que tomaron esas
salas, bastará mencionar algunos de los artistas que por ellas desfilaron en
distintas épocas de gloria para la escena nacional:
Enrique Muiño; María Esther Gamas; Malvina
Pastorino; Daniel De Alvarado; Imperio Argentina; Pepe Arias; Alberto Anchart;
Eva Franco; Mario Fortuna; Agustín Castro Miranda; Antonio Cunill Cabanellas;
Pedro Aleandro; María Luisa Robledo; Osvaldo Miranda; Carmen Vallejos; Tincho
Zabala; Marianito Bauzá; Ricardo Lavié; Noemí Lasserre; etc.
De chiquilín te miraba de afuera…
Con su pasado ancestral de pulperías en la
época de arrieros, barro y pampa y descendientes más cercanos de los almacenes
de campaña que luego se fueran transformando en almacenes de ramos generales
para luego bifurcarse en dos actividades separadas – Almacén y Despacho de
bebidas -, los cafés fueron proliferando ante la necesidad casi imperiosa del
hombre del Buenos Aires de entonces que, con generosas horas disponibles luego
de sus tareas laborales o directamente con tiempo total de ocio, buscaba un
lugar apropiado donde reunirse para discutir de política o fútbol; jugar
cartas; dados o dominó; escuchar las “últimas novedades” de Gardel, Corsini o
Magaldi que emergían de las vitroleras gracias a los discos de pasta que
únicamente se reemplazaban cuando “se rayaban” de tanto uso.
Como suele suceder en lugares abiertos a todo
público, a esos recintos concurrían distintos tipos de parroquianos. De tal
forma, en sus mesas – que según nos hizo saber Discépolo – nunca preguntaban,
se solían apoyar tanto los codos de nostálgicos que aburridos, veían
transcurrir las horas revolviendo varios cafés observando a través de los
ventanales el movimiento exterior sin prestar atención a algo en especial, como
poetas vocacionales que volcaban en desordenados papeles sus propias vivencias,
desengaños o experiencias de vida que luego se transformarían en letras de
tango con mayor o menor suceso.
Boedo fue afortunadamente, rica y generosa en
personajes que luego trascenderían en el acervo cultural tanto de las letras
como de la música y esa cantidad de hombres fue proporcionalmente acompañada
por locales habilitados como cafés que, según las preferencias de divisas
futboleras o simpatías políticas, fueron delineando un perfil hasta llegar a
las creencias sectarias de catalogar a algunos como “santuarios de la cultura”,
a otros como “normales de barrio” y otros directamente como “de bajo fondo”
debido a la certeza que en su interior se jugaba por dinero a las cartas; se
levantaba quiniela o en sus fondos se practicaba la riña de gallos o la
prostitución.
Los
cafés de Boedo
Quizá el más famoso por la trascendencia que
le diera Homero Manzi en su letra del tango “Sur” con música del Aníbal Troilo
y la creencia generalmente aceptada que esos versos fueron escritos en sus
mesas,- algunos arriesgan que fue exactamente sobre uno de sus grandes
ventanales que dan a la calle Boedo- es el que se encuentra en la esquina
noroeste con San Juan. Por tal motivo, merece la especial mención de extenderse
sobre su historia: Originalmente el local destinado a la sastrería “Los dos
Petisos” cesó su actividad y dio paso a un extenso y rectangular café cuyo
lateral más extenso era y es, frente a la Av. Boedo. Su primer nombre fue “El
aeroplano” y en una de sus paredes estaba dibujado un avión con la imagen de
Jorge Newbery. También se menciona que allí nacieron los compases del vals que
lleva ese nombre (1927)
Hacia 1937, el local fue adquirido por
inmigrantes japoneses que, manteniendo el rubro comercial le cambiaron el
nombre, acaso por nostalgias de su lejana tierra por más de una década el café
se denominó Nippón hasta que a mediados del año 1948 y con nuevos propietarios
fue rebautizado con el nombre de Canadian que
a la postre sería el más duradero que tendría hasta nuestros días. Por
más de cuatro décadas llevaría esa identificación hasta que en postrimerías de
la década del’80 la modernización orientada mas al sentido turístico que al
histórico le diera su nombre actual: Homero Manzi. Como ocurriera en todo café
que se preciara de mayor elegancia, tuvo su espacio “Reservado” que, separado
por elegante mampara de madera tallada y vidrios esmerilados, resguardara de
miradas indiscretas a los jefes de familia que llevaban a sus hijos a tomar
gaseosas mientras leían el diario y tomaban su café o a parejas de novios
muchas veces “clandestinos” que de cierta forma, cubrían su intimidad.
Especialmente, a partir de loa años ’80 la
esquina y el café fueron objeto de los homenajes y el reconocimiento de
distintas entidades para con tan histórico lugar. Hoy pueden apreciarse buena
cantidad de placas de bronce y no fueron pocos los homenajes musicales
realizados con artistas “en vivo” en esa esquina que, quizá como símbolo
póstumo, aún conserva el viejo buzón aunque por imperio de las privatizaciones,
su tradicional rojo fuera reemplazado por el azul eléctrico.
Otros
cafés de Boedo
El Capuchino
Carlos Calvo 3619 – Con
actuaciones “en vivo”, el derecho al espectáculo estaba asegurado con la
consumición del tradicional brebaje.
Dante Boedo
745 – Tradicional por su salón de billares. Allí sesionó el movimiento cultural
“República de Boedo”
Biarritz Boedo
868 – Hoy Banco Ciudad. Originalmente llamado “Atlántico”, en su planta alta
funcionó la “Peña Pacha Camac” fundada por Don José González Castillo (padre de
Cátulo Castillo)
La Puñalada Boedo
y Rondeau – Originalmente llamado De la Paz, su ambiente estaba formado por simpatizantes del Club
Huracán.
Gran Boedo Boedo
819
Don Vicente San
Juan entre Colombres y Castro Barros
20 Billares Boedo
773
Gardel Boedo
y México
El Japonés Boedo
873
Cerrito Carlos
Calvo y Quintino Bocayuva
Bareto Carlos
Calvo entre Mármol y Muñiz
Río de Oro Boedo
y Carlos Calvo
Y no puede dejar de destacarse la
Munich Boedo
963 – que ofrecía grandes espectáculos con artistas en su escenario. Son
especialmente recordadas las actuaciones de la orquesta de José Basso y el
cantor Jorge Vidal.
En todos los comercios mencionados era
frecuente encontrar personalidades del arte, del deporte y de las letras. Entre
los asistentes más notorios y recordados merecen destacarse a Homero Manzi,
Alberto Vacarezza, Elías Alippi, Pedro Bidegain, Julián Centeya, Ernesto
Franco, José F. Sanfilippo, Oscar Bonavena; Osvaldo Pugliese, José González
Castillo. Cátulo Castillo, Sebastián Piana, José Gobello, Francisco Reyes y
tanto otros nombres que se mezclan en el tiempo y la distancia.
Acaso debido a que desde sus orígenes el
barrio fue frecuentado por payadores y artistas originales de circo y luego
saineteros de teatro, desde principios de siglo los hombres de letras tuvieron
en Boedo un refugio apto para desarrollar – con vuelo poético muchos de ellos –
sus inquietudes literarias.
Ya habían desfilado por sus pulperías nombres
de la talla de José Betinoti, Federico Curlando, Gabino Ezeiza, Higinio Cazón
cuando dejaban atrás su adolescencia y se juntaban en los cafés otros nombres,
hasta entonces ilustres desconocidos o incipientes artistas.
De esa forma aparecieron Dante Linyera (Francisco
Bautista Rímoli); Homero Manzi (Homero Manzione Prestera); José González
Castillo; Cátulo Castillo (Ovidio Catulo González Castillo) y Sebastián Piana por nombrar algunos y no
todos ante el temor de olvidar a otros.
Ante tales evidencias, Boedo ha quedado
inexorablemente ligada al tango y algunos autores y compositores se han
encargado de dejar testimoniado para la posteridad su recuerdo y homenaje al
barrio que los vio nacer, crecer o desarrollarse en sus actividades.
Tangos al barrio
Boedo ( Letra Dante Linyera – Música Julio De
Caro)
Sos barrio del gotán y la pebeta,
el corazón del arrabal porteño
cuna del malandrín y del poeta,
rincón cordial, la capital del arrabal.
Yo me hice allí de corazón malevo
porque enterré mi juventud inquieta,
junto al umbral en el que la pebeta
ya no me espera pa’ chamuyar.
Boedo, vos sos como yo,
malevo como es el gotán,
abierto como un corazón
que ya se cansó de penar.
Lo mismo que vos soy así:
por fuera, cordial y cantor…
A todos les bato que si
y a mi corazón le bato que no.
Sos como yo de milongón…Un cacho
del arrabal, en su emoción del lengue,
ande el gotán, provocador y macho
hoy es
el dios, nuestro señor del berretín.
¿Qué quiere hacer esa fifí Florida?
¡Si vos ponés tu corazón canyengue,
como una flor en el ojal prendida
en los
balcones de cada bulín!
Barrio de tango, luna y misterio…
Sur (
Letra Homero Manzi – Música Aníbal
Troilo)
San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación.
tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me
llena de nuevo el corazón.
Sur, paredón y después…
Sur, una luz de almacén…
Ya nunca me verás cómo me vieras,
recostado en la vidriera, esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las calles de Pompeya.
Las calles y la luna suburbanas,
y mi amor en tu ventana,
todo ha muerto, ya lo sé…
San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido
Pompeya y al llegar al terraplén,
mis veinte años temblando de cariño,
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado
y
amargura del sueño que murió.
Florida de Arrabal (Letra Dante Linyera – Música Ricardo L. Brignolo)
Barrio de hacha y tiza, papuso, canyengue,
ande tuvo cuna la nueva emoción,
ande el alma rea ligue usando lengue
y el tango se tuerce como un bandoneón.
Barrio pinturero y cancha ’e poetas,
ande los muchachos son como una flor,
ande se arremangan las lindas pebetas
que tienen los ojos en curda de amor
Boedo, Boedo, la calle de todos,
la alegre Florida del triste arrabal,
decile muy quedo, decile a la piba
romántica y papa que ya va a llegar.
Batile que espere soñando y alerta,
que sólo es un tango la loca ilusión,
que pronto el garabo se irá hasta la puerta
torciendo la pinta como un bandoneón.
Y entonces , Boedo, papuso, canyengue,
al ritmo rasposo de un dulce gotán,
verá a una pebeta que agita su lengue
cuando se despide de su gavilán.
Otros autores refirieron parte de sus letras
al barrio de Boedo y que, no por poco difundidas deben dejar de recordarse:
De San Juan y Boedo de Enrique Cadícamo y Luna
Chiclana
de Julio De Caro y Mario Gomila
Milonga de los siete barrios
de Sebastián Piana y José Gobello
Milonguita de Enrique Delfino y Samuel Linning
Tierra negra de Juan F. Noli
Cortada de San Ignacio de Horacio
Salgán y Carmelo Volpe.
Tiempo de tranvías…
El desarrollo urbanístico y la explosión
demográfica experimentada en la ciudad de Buenos Aires a partir de los años ’30
y que se acentuara en las décadas del ’40 y ’50, provocaron como saludable
consecuencia que Boedo quedase “encerrada” en una estratégica posición
geográfica, casi en el centro de la Capital Federal y rodeada de barrios como
Almagro, Once, Parque Patricios y Caballito.
De tal forma, se fue convirtiendo en paso
obligado de muchos medios de transporte que abastecían la demanda de pasajeros
que se trasladaban de Sur a Norte o Este a Oeste y viceversa. En aquellos años
se extendía aceleradamente la actividad fabril y manufacturera en la zona sudeste
de la ciudad (Barracas /Nueva Pompeya) y se confirmaba las tendencia iniciada
por los gobiernos de turno de establecer desde la Av. Entre Ríos hacia el
Puerto, todos los ministerios y organismos oficiales en forma lindante o
cercana al Congreso Nacional y la Casa de Gobierno. Entonces y a través del
tiempo se fueron sumando la sede de la Intendencia; los distintos ministerios;
la sede de Tribunales; el Depto. Central de Policía Federal , etc. y consecuentemente
a sus alrededores fueron asentándose comercios y oficinas concentradas en lo
que hoy se conoce como “macro y micro centro”.
Todo aquel incipiente movimiento de gente –
hoy febril – necesitó de distintos medios de transporte a los cuales Boedo
recibió con beneplácito. Así recorrieron sus calles las siguientes líneas de
tranvías; ómnibus y colectivos:
Tranvías:
8 de
Puente Uriburu al Correo Central
9 de Puente Uriburu a Constitución
19 de Av. La Plata y Chiclana a Plaza de
Mayo
23 de Av. La Plata y Chiclana a Viamonte y
Maipú
27 de Av. La Plata y Chiclana a Plaza de
Mayo
43
de Flores a La Boca
44 de Parque Chacabuco a Plaza de Mayo
48 de Nueva Chicago a Correo Central
55 de Nueva Pompeya a Retiro
73
de Parque Patricios a Plaza Italia
76 de Caballito a Recoleta
90 de Villa Urquiza a Constitución
Dentro del perímetro del barrio hubo algunas
estaciones de tranvías que, con el paso del tiempo y la desaparición de líneas
o su reemplazo por ómnibus fueron modificando sus estructuras o, directamente
utilizadas en otras actividades Caben mencionarse las que existieron en Boedo
entre Independencia y Estados Unidos,(hoy Escuela Técnica), Carlos Calvo,
Sánchez de Loria y Estados Unidos (hoy Plaza Mariano Boedo) y Castro Barros
entre Carlos Calco y Estados Unidos ( Hoy Esc. Nº 14 “Intendente Alvear” y
Jardín de Infantes Común Nº 4 “Mariano Boedo”)
Ómnibus:
17 de Boedo y San Juan a Segurola y Gaona
27 de Villa Pueyrredón a Plaza Constitución
34
de Villa del Parque a Plaza
Constitución
44 de Villa Lugano a Estación Retiro
57
de Boedo y San Juan a Estación
Liniers
62
de Villa Real a Puente Uriburu
65 de Puente Pueyrredón a Barrancas de
Belgrano
71 de Plaza Constitución a Estación Saavedra
122 de Junta y Laguna a
Plaza de Mayo
Colectivos
7
de Parque Avellaneda a Puerto
Nuevo
56
(ex 226) de Villa Lugano a Aeroparque
53
(ex 213) de La Boca a Palomar / San Miguel
126 de Nueva Chicago a Av.
Antártida Argentina
Subterráneos
Como una rama emergente del trazado original
de la línea C (Constitución / Retiro), en el año 1944 se habilitó un desvío que
llegaba hasta San Juan y Gral. Urquiza con una extensión provisoria utilizada
solamente para maniobras que llegaba hasta Boedo y San Juan.
En el año 1950 se habilitó la estación Boedo
con andenes de madera, situación que nacida como provisoria, se prolongó
durante 16 años. A mediados de la década del ’60 se inauguró oficialmente el
andén central único para ambas direcciones. En el hall central del primer
subsuelo se colocó un busto realizado en bronce con pedestal de granito y
mármol de Mariano Boedo.
A la estación se accede mediante cuatro bocas
existentes a nivel de calle, todas habilitadas sobre Boedo – una en cada
esquina – casi en la intersección con San Juan.
Como curiosidad algo olvidada por el paso de
los años, originalmente se había tomado la determinación de presentar cada
estación con distintos colores en sus mayólicas y cerámicas para orientar a los
analfabetos. De tal forma, a Boedo le correspondió en suerte el color rosa y a
la estación Urquiza el marrón, cromatismo que aún se mantiene.
En 1966 la ya autónoma Subterráneos de Buenos
Aires, dependiendo del Ministerio de Economía (Transporte de Buenos Aires entró
en proceso de liquidación) comenzó una etapa de modernización y progreso que
luego se fue regulando de acuerdo a los vaivenes políticos / económicos del
país todo: se habilitó a la altura de San Juan y San José un tramo hasta
Hipólito Yrigoyen y Bolívar. De esa forma, la línea C tuvo su trazado entre
Constitución y Retiro y la línea E se independizó, cubriendo su recorrido entre
Boedo y Plaza de Mayo (estación Bolívar), con la estación mencionada, más la
estación Belgrano, la estación San José y la estación Independencia en la cual
el pasajero podía acceder a la combinación de ambas líneas, situación que aún
se mantiene vigente.
Promediando el año 1973, el trazado que hacia
el oeste ya hacía una década había llegado a la Av. La Plata, fue prolongado
hasta José M. Moreno y en 1984 se habilitó un importante tramo que agregó
estaciones como Emilio Mitre, Medalla Milagrosa, Varela y Plaza de los
Virreyes, terminal actual donde luego se habilitaría el Premetro (moderno
tranvía) que uniría a un punto tan densamente poblado como el complejo
habitacional Lugano I y II. De tal forma, la explosión demográfica de la ciudad
dejó en el medio de su trazado a la estación Boedo que fue durante décadas,
terminal del transporte bajo nivel.
Fuentes de consulta
Instituto
Histórico de la Ciudad de Bs. As.
Diarios:
Clarín, La Nación. La Prensa
Mensuario
vecinal Tiempo de Boedo
Asociación
Amigos del Tranvía
Academia
Porteña del Lunfardo
Archivo de mi memoria en Subterráneos de Bs.
As.
Archivo
de mis vivencias personales
Agradecimientos
Al Ing.
José Mario Dato, ex Jefe Técnico de Línea E y ex Gerente Técnico de
Subterráneos de Bs. As. Maestro y amigo que me ensenó –como a tantos- a cuidar
el barrio “desde abajo” Aún hoy, fuente insustituible de consulta
A las
autoridades de la Junta de Estudios Históricos de Boedo, por haber organizado
este Congreso y permitirme participar en él, a pesar de haber emigrado del
barrio.
A la
memoria de mis padres, que me hicieron nacer y ayudaron a crecer queriendo al
barrio, simplemente predicando con su ejemplo.
A mi
hijo Pablo que el destino quiso que la empresa en la que trabaja abriera una
sucursal en el barrio y fuera trasladado allí, haciéndome sentir que a través
de él sigo ligado a mi barrio.
A
BOEDO… simplemente por ser.